Resumen:
“Mastodontes” migrando por los bosques secos tropicales del valle del río Cauca o a través de la costa Caribe dispersándose hacia el este, una ruta que los llevará a territorios de la actual Venezuela mientras otras manadas cruzan ríos como el Suárez o el Caquetá donde muchos encontrarán la muerte al ser arrastrados por sus caudalosas aguas; algunos encuentran su hogar en la sabana de Bogotá llegando incluso a habitar las zonas altas de la Cordillera Oriental. Algunos grupos se internan en la selva amazónica y otros se dirigen hacia el sur a través de los Andes y la costa pacífica para terminar colonizando todo el continente, otros, sin embargo, serán presa de los primeros pobladores de nuestro territorio que se alimentarán de su carne.
Esta breve descripción es posible gracias a los numerosos restos de proboscídeos fósiles hallados en nuestro país y cuya presencia ha sido documentada desde hace vario siglos. En tiempos recientes hay unanimidad entre los paleontólogos al aceptar que dos especies de proboscídeos habitaron Suramérica durante el Cuaternario: Cuvieronius hyodon y Notiomastodon platensis, ambas registradas en nuestro país. En esta investigación se incluyen, además de los reportes citados en la literatura científica, aquellos hallazgos que han salido en los medios de comunicación en los últimos 30 años y los reportes hechos por personas anónimas a nuestro proyecto de divulgación durante más de diez años que incluyen hallazgos en zonas no documentadas hasta ahora. Algunos de estos reportes pudieron ser -y están siendo- estudiados por instituciones de nuestro país pero otras desafortunadamente, se han perdido en el olvido, muchas veces por querer obtener beneficios económicos o en otras -que es peor- por el abandono institucional de quienes se supone deben proteger este patrimonio.
Tabla de contenido:
- Primeros reportes [Ir a]
- ➢ El campo de gigantes [Ir a]
- ➢ Humboldt en la Nueva Granada [Ir a]
- ➢ Manuel Ancízar y su peregrinación de Alpha [Ir a]
- ➢ Segunda mitad del siglo XIX [Ir a]
- ➢ Primera mitad del siglo XX [Ir a]
- Colombia, tierra de «mastodontes» [Ir a]
- ➢ Una mirada a la Colombia del Pleistoceno [Ir a]
- Los mastodontes de la costa Caribe [Ir a]
- Mastodontes en la región Andina [Ir a]
- ➢ Prosperando en la cordillera Oriental [Ir a]
- ➢ Migrando por los valles interandinos [Ir a]
- Un mastodonte en la Orinoquía [Ir a]
- Proboscídeos en el Amazonas [Ir a]
- Presencia de Notiomastodon y Cuvieronius en Colombia [Ir a]
- Mapa interactivo con los reportes de proboscídeos hallados en Colombia, Museos con colecciones y posibles rutas migratorias [Ir a]
- Los últimos mastodontes y los primeros hombres, coexistiendo en el Paleoindio de Colombia [Ir a]
- ➢ Representación elefantoide en San Agustín ¿recuerdos ancestrales? [Ir a]
- ➢ ¿Mastodontes en las pinturas rupestres de La Lindosa? [Ir a]
- Documentales [Ir a]
- Paleoartistas [Ir a]
- Referencias [Ir a]
Aunque no sea académicamente correcto, en esta entrada vamos a utilizar el término “mastodonte” para referirnos a los restos fósiles de proboscídeos hallados en nuestro país debido a que esta palabra se encuentra arraigada en el imaginario colectivo, y fue la que se utilizó en las primeras menciones a restos de proboscídeos fósiles en nuestro país y en Suramérica en general, y es la que siguen utilizando los medios informativos a día de hoy, para referirse a hallazgos de este tipo. Recordemos que la palabra “mastodonte” se usa de forma generalizada para nombrar a los miembros de la familia Mammutidae (mastodontes verdaderos), una familia de proboscídeos que surgió en África en el Oligoceno tardío/Mioceno temprano y que se dispersó por Eurasia y Norte y Centroamérica hasta que desaparecieron durante el Pleistoceno tardío. Los proboscídeos suramericanos, por su parte, pertenecen a otra familia, los Gomphotheriidae, por lo que lo correcto sería llamarlos “gonfoterios suramericanos”, pues también existieron gonfoterios en África, Eurasia y Norte y Centroamérica, aunque estudios recientes proponen clasificarlos dentro de su propia familia: los Cuvieronidae.
Primeros reportes
Durante la colonia algunos cronistas españoles mencionan el descubrimiento de huesos enormes atribuidos, por las culturas precolombinas, a razas de gigantes que habían poblado tierras americanas en épocas ancestrales, tal es el caso de los «quinametzin», gigantes presentes en la cosmogonía de los pueblos nahuas que incluye a los aztecas. Tenemos también la exagerada descripción que hicieron esos primeros europeos de los pueblos nativos de la costa austral de Suramérica a los que llamaron «patagones» por su gran altura, de ahí el nombre de la región que hoy conocemos como Patagonia.
La primera mención de hallazgos de este tipo en Suramérica parece que la realizó el capitán Juan de Olmos en 1543 mientras se realizaba una excavación en el valle de Puerto Viejo, en el entonces Virreinato del Perú, mientras que la primera referencia escrita parece que la realizó el cronista Pedro Cieza de León en 1553 quién narra el mito de la llegada en balsas de una raza de gigantes a la punta de Santa Elena y sostiene que el hallazgo de estos enormes huesos son la prueba de la antigua existencia de razas de gigantes en los Virreinatos del Perú y de Nueva España:
«Y yo he oído a españoles que han visto pedazo de muela que juzgaban que a estar entera pesara más de media libra carnicera y también que habían visto otro pedazo del hueso de una canilla que es cosa admirable de contar cuán grande era, lo cual hace testigo haber pasado… En este año de 1550 oí yo contar, estando en la ciudad de los Reyes, que siendo el ilustrísimo don Antonio de Mendoza virrey y gobernador de la Nueva España se hallaron ciertos huesos en ella de hombres tan grandes como los de estos gigantes… también he oído… que en un antiquísimo sepulcro se hallaron en la ciudad de México ο en otra parte de aquel reino ciertos huesos de gigantes…»
Tomado de Pelayo, F. (1994).
El campo de gigantes
Y nuestro territorio no fue la excepción pues también existen menciones de hallazgos fósiles en las crónicas de los españoles en el Virreinato de la Nueva Granada, una de las primeras referencias escritas la realizó en 1789 el entonces Virrey Francisco Gil y Lemos que tras visitar el Salto de Tequendama escribe literalmente :
«A tres cuartos de legua, al nordeste de la capital del Nuevo Reino de Granada situada en 4° 45´ latitud boreal, y en 303° 3´ longitud meridiano de Tenerife; sobre un plano que supera al nivel del mar 2874 varas, distante de las costas del N 135 leguas, de las de S 88 y de la Punta o Cabo de Santa Elena 135 leguas se halla un campo con el nombre de los Gigantes por una tradición inmemorial, y a esta denominación habrá tal vez dado origen los despojos que en él se hallan. Este en un llano como de una legua que recibe las vertientes de los cerros inmediatos, y descarnado con ellas, presenta en su superficie varios despojos de vivientes cuya magnitud admira, como se verá por los que acompaño, recogidos de paso, y sin hacer excavación, ni diligencia particular, pues habiendo pasado casualmente por este paraje cuando me regresaba de ver el maravilloso salto de Fecundama, oí por la primera vez el asunto, y solo traté de recoger los que se presentaron, y pudieron conducirse».
Tomado de Aguado, I. G. (2014).
Gracias al mito de los gigantes de la tradición Chibcha, el campo de gigantes ya era conocido mucho antes de la visita del Virrey, al que le llama la atención la alta concentración de huesos que hay en el lugar, pudiendo recoger restos directamente del suelo sin tener que excavar, seguidamente intenta encontrar una explicación al origen de tal acumulación de huesos descartando varios hechos como por ejemplo que hayan sido transportados por las olas del mar o por algún río pues no hay ninguno cerca «ni puede haberlo» cita; y más adelante menciona:
«Este osario, con la tradición, que halló Garcilaso; y relaciona en el paraje citado; los pozos profundos que en varios parajes conservan hacia aquella parte la denominación de Pozos de los Gigantes de tiempo inmemorial, me han parecido dan lugar a intentar un examen más prolijo, que el que yo he podido hacer, cuando llegué a tener conocimiento del asunto, y aunque la mayor parte de los huesos se están ya pulverizando, y deshacen entre la mano que los coge, no dudo que con algunas precauciones dejen de conseguirse piezas que determinen con precisión la especie pues hay algunos cráneos que asoman, y se deshacen al tocarlos…»
Tomado de Aguado, I. G. (2014).
Está claro que la zona está llena de restos de megafauna llegando algunos huesos a deshacerse al más mínimo contacto y más interesante aún es la mención explícita a la presencia de cráneos. Tras este claro interés por saber más sobre el tema, el Virrey envía una colección de restos al Real Gabinete de Historia Natural de Madrid junto al escrito al que pertenecen los párrafos antes mencionados.
Fragmento de molar de «Mastodon humboldtii« (=Notiomastodon platensis) recolectado por Alexander von Humboldt en el «campo de gigantes» y donado a las colecciones del Museo de Historia Natural de París. Cortesía Carlos Jaramillo
Humboldt en la Nueva Granada
Los siguientes reportes se realizan a partir de las expediciones de Alexander Von Humboldt y Christian Degenhardt a principios del siglo XIX. En un extracto del diario de von Humboldt a su paso por Colombia en 1801 puede leerse:
«Colmillos de elefante carnívoro de 3 a 4 pulgadas de espesor, muy parecidos a los de Soacha, o a los del Campo de los Gigantes de Santa Fé, se encontraban en el valle del Magdalena en jurisdicción de Timaná sobre la ribera derecha del río, en un pueblo que es llamado Gigante a causa de los huesos que se encuentran allí sobre el Grés en una tierra arcillosa mezclada con fosfato de cal. Las aguas de las lluvias que descienden de las pequeñas colinas al pié de las cuales se encuentran los huesos fósiles, han abierto allí zanjas de 4 – 5 pies de profundidad. Las montañas de huesos saturadas de agua parecen tener varias toesas de espesor. Los más bellos pedazos se encuentran generalmente después de fuertes lluvias que descubren y aran el terreno. Aunque las cabezas no parecen ser demasiado comunes la masa de osamentas informe y rota es inmensa y cubre más de 300.000 t. cuadradas. A cada 4 – 5 pulgadas se ven pedazos de tibia, de fémur, aún algunos huesos de cabeza pero todos tan frágiles que al desenterrarlos se vuelven polvo. La confusión en que se encuentran las partes demuestran que el animal no estaba allí (como) en Burgtonna sino que fue llevado por las corrientes aproximadamente como en la Caverna de Gailenreuth (ambo sitios en la actual Alemania). ¡Dónde existe otro lugar en el mundo en el que a 1357 t. de altar haya huesos de elefantes fósiles! En Santa Fé se encuentran mezclados el carnívoro y otro que se parece al Elefante de Asia. Es necesario mirar estos huesos con mucha atención porque las aguas de lluvia están allí».
En este extracto v. Humboldt compara los fósiles de Soacha y del campo de gigantes con los hallados en el municipio de Gigante en el Huila. También en el tomo II de la publicación El Repertorio Americano de 1827 se mencionan los restos del campo de gigantes:
«La cordillera oriental es en estremo escarpada i pendiente hacia el este, por donde sirve de vallado a los rios Meta i Orinoco ; i aun al oeste se dilata en contrafuertes, sobre los cuales están situadas las ciudades de Bogotá, Tunja, Leiva i Sogamozo ; mesas recostadas a la cordillera i levantadas hasta 1300 o 1400 toesas de altura, entre las cuales la de Bogotá (fondo de un antiguo lago) encierra en el campo de los Jigantes, cerca de Suacha, osamentas de mastodontes».
Por su parte Carl Degenhardt en referencia a un descubrimiento realizado en el distrito minero de la Baja, en la provincia de Pamplona, actual departamento de Santander envía en 1839 una carta a v. Humboldt en la que puede leerse:
«Es notable que en la formación calcárea haya restos y dientes perfectamente conservados del mamut…»
Esta carta es la misma donde se hace referencia a los hallazgos de pisadas de «aves» de gran tamaño (en realidad de dinosaurios) en Oiba y que vimos en la primera entrada del Blog.
Fragmento de molar (izq.) y vértebra dorsal (der.) de «Mastodon humboldtii« (= Notiomastodon platensis) recolectados por Alexander von Humboldt en Soacha y donados a las colecciones del Museo de Historia Natural de París. Cortesía Carlos Jaramillo
Algunos de los restos colectados por v. Humboldt en sus viajes por las Américas se enviaron al padre de la Paleontología y la anatomía comparada Georges Cuvier quien describiría, en base a material de Ecuador y Chile, dos especies de proboscídeos para Suramérica: Mastodon andium y Mastodon humboldtii. En 1824 Humboldt donó muchas de las piezas recolectadas en Soacha y el campo de gigantes al Museo de Historia Natural de París donde se encuentran actualmente.
En la obra de 1845 Ostéographie, ou Description iconographique comparée du squelette et du système dentaire des mammifères récents et fossiles el naturalista, zoólogo y anatomista francés Henri Marie Ducrotay de Blainville incluye varios dibujos de algunas de la piezas recolectadas por v. Humboldt en Colombia incluyendo un húmero de aproximadamente 60 cm (Cabrera 1929).
Manuel Ancízar y su peregrinación de Alpha
En el año 1853 encontramos otro reporte, esta vez de la mano de Manuel Ancízar y su obra La peregrinación de Alpha por las provincias del norte de la Nueva Granada en 1850-1851 escrita tras su experiencia como parte de la Comisión Corográfica, un proyecto científico creado en 1849 y del que también hablamos en la primera entrada de éste Blog:
«En las cercanías de Soatá fue donde primero encontramos fósiles de mastodonte,
soterrados bajo un lecho calizo de terreno de acarreo, del cual se encuentran
abundantes depósitos en las cuencas formadas por los innumerables estribos y
colinas que dan un relieve sumamente desigual al territorio. Estos huesos llevan
señales de haber sido rodados y rotos por corrientes y remolinos de aguas
poderosas, en términos que apenas las grandes muelas se hallan enteras, gracias a
la resistencia metálica de su esmalte. Restos de la misma especie suelen descubrirse
al pie de Covarachía, depositados tranquilamente entre la greda y arena de los
antiguos estuarios del Chicamocha. Cómo hayan permanecido por allí, si arrastrados
desde los altos páramos por aguas diluvianas o sorprendidos y sepultados por ellas
en su mansión habitual, no podremos determinarlo sino después de examinar los
fósiles análogos que se dice hay en las riberas del Magdalena; pero se ignora si
manifiestan señales de haber sido rodados o no, haciendo en seguida la comparación
necesaria con la edad de las elevadas cumbres del Cocuy, donde también los
hallamos, tan colosales, que un colmillo midió nueve palmos de largo…»
En este párrafo menciona el hallazgo de molares de mastodontes cerca de Soatá y dice que también suelen hallarse «al pie» de Covarachía (ambas poblaciones en Boyacá) y menciona haber escuchado de hallazgos similares «en las riberas del río Magdalena» aunque sin precisar en qué localidad… también menciona hallazgos en el páramo del Cocuy que incluyen un enorme colmillo de «9 palmos», es decir unos 1,80 m de longitud.
Estando en el Cocuy escribe:
«Habláronnos mucho en Cocuy de una laguna llamada Verde, situada sobre la serranía
de Rechíniga, 2 leguas al S.-E. de la villa, la cual laguna suponían labrada por los
indios para ocultar tesoros en tiempo de la conquista. Con la esperanza de
encontrarlos, la habían desaguado, y hallaron en el fondo enormes huesos de animal
sin semejante, cubiertos por una capa de cierta sustancia negra y elástica que
suponían metálica. De los huesos nos mostraron muelas tuberculosas, de tres a
cuatro decímetros de diámetro, en extremo pesadas, brillantes y perfectamente
conservadas, en la parte superior, y esto bastó para determinarnos a explorar los
lugares».
Y Continúa:
«Dentro de las tierras detríticas y las margas aparecieron los huesos de mastodonte, cuya situación no pudieron determinar los descubridores, porque las aguas, al romper el dique, produjeron un derrubio que arrastró de repente cuanto había en el fondo cerca del desaguadero. De entre las ruinas sacamos todavía una vértebra de tres decímetros de diámetro por uno de grueso, y una scápula de cerca de ocho decímetros de largo y seis de anchura máxima, perfectamente conservadas.
Humboldt vio huesos semejantes en Soacha (planicie bogotana, 2.728 metros sobre el mar) y los atribuyó a la especie de elefantes carnívoros de África: nosotros los hemos hallado en Covarachía, 950 metros sobre el nivel del mar, en Soatá, 1.325 metros de altura, y en esta Laguna-verde, dentro de cuencas excavadas en terreno secundario, caracterizado por estratos dominantes de caliza y arenisca, que reposan sobre grandes masas de margas casi irisadas y muy permeables, habiendo encontrado muelas grandes con las protuberancias gastadas por la masticación, y junto a ellas otras más pequeñas, sin desgaste alguno, conservando toda la tersura de un esmalte azuloso, como si hubiesen pertenecido a Individuos jóvenes; prueba de que en tiempos remotos existía y se propagaba en estas regiones aquella raza de mamíferos gigantescos, extinguida y sin representantes en nuestra fauna moderna».
A los ya citados reportes de Soatá y Covarachía, Manuel Ancízar suma hallazgos en la Laguna Verde en el Cocuy y compara estos hallazgos con los realizados más de cincuenta años antes por Alexander von Humboldt en el campo de gigantes.
En este punto quería aclarar la frase «elefantes carnívoros» que utiliza primero Humboldt y después Ancízar para referirse a los restos que encuentran, dicha asignación se debe a una interpretación errónea de las protuberancias cónicas que forman la superficie de masticación de los molares de estos animales que hizo creer a los primeros investigadores que se trataba de proboscídeos carnívoros, recordemos que las superficies de masticación de elefantes y mamuts, que eran los proboscídeos con los que podían compararlos, son totalmente diferentes.
Segunda mitad del siglo XIX
En el capítulo 1 de la publicación de 1855 Animaux nouveaux ou rares recueillis pendant l’expédition dans les parties centrales de l’Amérique du Sud, de Rio de Janeiro à Lima dedicado a los mamíferos fósiles de Suramérica se mencionan unos molares de «Mastodon humboldtii» (= Notiomastodon platensis) donados al Museo de Historia Natural de París (imágen superior) por el entonces cónsul francés en Bogotá M. Lewy, quién además, en 1851, habría enviado a dicho museo un cráneo de M. humboldtii hallado en el páramo de Cocuy, este hecho es mencionado en la obra Mammifères fossiles de Tarija escrita por Boule & Thevenin (1920) quienes lo describen como «una hermosa pieza que conserva molares con figuras de desgaste de doble trébol» y que a pesar de haber permanecido expuesto por más de medio siglo en las galerías del Museo «No creemos que se haya descrito o figurado nunca» concluyen.
En la obra pionera Compendio de jeolojia de Guillermo Wills de 1857 y escrita en forma de diálogo entre tres personas se hace mención al campo de gigantes y a la colección del presbítero, geógrafo y botánico Romualdo Cuervo y se intentan responder algunas de las dudas sobre esta inusual concentración de huesos:
«Juan.— Infiero por lo que U. dijo ántes que U. duda si el llano de Bogotá ha tenido siempre el mismo aspecto físico que el que hoi presenta.
Amigo. — El llano de Bogotá fué en algun tiempo una laguna, lo mismo que la mayor parte de los valles, llanos i planicies en estas montañas. Las antiguas lagunas se han llenado, i sus lechos se han terraplenado con los despojos de las alturas vecinas en la forma de materias terréasi vejeta les. Mas tarde los rios han roto las barreras, se han secado las lagunas i sus lechos se han ido trasformando en ricos i fértiles terrenos de labor. Restos orgánicos que en tiempos remotos se sepultaron en los depósitos inferiores, libres de contacto con el aire i el agua se han preservado perfecta mente. UU. han visto los huesos i muelas fósiles de los mastodontes que se han encontrado en el Campo de los Ji gantes del otro lado de Soacha.
Patricio. —Sí, los hemos visto en la coleccion del presbítero Dr. Romualdo Cuervo, i no es de estrañarse que se le diera el nombre de Campo de los Jigantes al lügar donde se encontraron esos huesos i muelas monstruos.
Amigo. — Es una cosa singular que en muchas partes ha sucedido lo mismo, porque se creia que realmente eran huesos de jigantes los que ahora sabemos haber pertenecido a cuadrúpedos de diversas especies que han desaparecido de la tierra; yo tambien he visto la coleccion de curiosi dades de mi escelente amigo el Dr. Cuervo cuyo,entusiasmo en la causa de la historia natural forma un contraste nota ble con la indiferencia casi jeneral; una de las muelas de que U. me habla pesa tres libras i media, pero está bastante gastada i carcomida. Cuando volvamos a Bogotá si el tiem po lo permite, harémos una visita al Campo de los Jigantes, porque deseo saber que otros fósiles ecsisten en ese lugar.
Juan.—¿A qué época jeolójica pertenece la formación del Campo de los Jigantes donde se encuentran los restos de mastodonte ?
Amigo.— A la terciaria. Despues sabrán UU. Como se determina la época de la elevacion de las montañas a su actual altura.
Patricio. — Qué quiere decir mastodonte ?
Amigo— La derivacion es griega i descriptiva de unas promínencias cónicas en las muelas».
En la obra Jeografia fisica i politica de los Estados Unidos de Colombia escrita en 1863 por Felipe Pérez en base a los datos recabados por la ya mencionada Comisión Corográfica encontramos, en el Tomo I, una mención a restos de proboscídeos hallados en las cercanías de Tunja y que se encuentran alojados en el gabinete de Historia natural de la Biblioteca Nacional de Colombia,
«También se encuentran en este establecimiento los retratos litografiados de los hombres más distinguidos del país, i el gabinete de Historia natural, donde se guarda el importante herbario de la Flora granadina, formado por el laborioso i joven botánico José G. Triana; la rica colección de cristalizaciones, muestras de rocas metalíferas, incrustaciones i fósiles, entre los cuales se hacen notar algunos restos de esqueleto de mastodonte hallados en las cercanías de Tunja».
Mientras en el Tomo II encontramos las siguientes menciones a localidades con restos de proboscídeos:
Sobre el municipio de Gigante en el Huila se puede leer:
«Descrito ya el gran valle del Magdalena, no debemos olvidar que en la base de la Cordillera Oriental, de formación secundaria, perteneciente a época cretácea, se han hallado fósiles de mastodonte en el punto donde está situado hoi el pueblo del Jigante, nombre que adquirió por ese hallazgo de huesos enormes, que los descubridores juzgaron pertenecer a una raza de jigantes».
y acerca de Garzón, en el mismo departamento:
«Hai en sus cercanías una mina de sal que se tapó con el temblor de 1827. En las rocas de un cerro vecino se descubren incrustados huesos de mastodonte».
Sobre el hallazgo de restos en la quebrada la Mata, cerca del municipio de Prado (Tolima):
«En la quebrada la Mata, cerca de Prado, se encontraron dos muelas de mastodonte i un colmillo, de un metro de longitud, i además la mandíbula de un sauriano. A poca distancia del pueblo desemboca el río Prado en el Magdalena».
Además se mencionan los hallazgos de Soacha (Cundinamarca) y los ya mencionados por Manuel Ancízar en laguna Verde y cerca de Covarachía en Boyacá.
Otras referencias a proboscídeos las podemos encontrar en la publicación Papel Periódico Ilustrado, una publicación mensual editada en Bogotá entre los años 1881 y 1889 y que es considerada la primera publicación cultural de Colombia. En su número 40 de 1883 podemos leer sobre los hallazgos del campo de Gigantes en Soacha:
«Se ha hecho notar también el sitio de que hablamos, por el frecuente hallazgo de huesos pertenecientes á animales antediluvianos, como lo atestiguan los del mastodonte, procedentes del Este de Soacha, de que en sus obras habla Humboldt, y el encuentro posterior de muchos de esos restos».
Mientras, en el número 45, publicado también 1883 encontramos una referencia al mito de los gigantes en la tradición Chibcha:
«De regreso de la excursión al Tequendama, al llegar al pueblo de indios llamado Soacha, es muy natural consagrar un recuerdo á la fábula Chibcha de la raza de Gigantes que en otro tiempo habitaron esta Sabana; sus restos fósiles fueron hallados muy superficialmente, sea al labrar los indios sus sementeras, ó al excavar el suelo para formar sus sepulturas, y por esto fue llamado el » Campo de los Gigantes». Los antiguos habitantes de estas comarcas no pudieron conocer ni conservar recuerdos tradicionales respecto de la naturaleza de raza de Gigantes á que pertenecieron estos restos antediluvianos; pero Humboldt hizo este magnífico descubrimiento paleontológico en 1802, con el cual la ciencia de Cuvier restauró el mastodonte anyustidinets, ó de dientes angostos, que pobló el Continente americano en épocas muy remotas».
El texto continúa haciendo referencia a algunos de los mitos de gigantes de otros pueblos americanos, algunos de los cuales ya comentamos.
Cráneo y defensas de Notiomastodon platensis hallados en el «Campo de gigantes», Mosquera, Cundinamarca pertenecientes a las colecciones del Museo de La Salle en Bogotá. Tomado de Giraldo (2017).
En la publicación de 1885 Geografía general y compendio histórico del Estado de Antioquia en Colombia escrita por Manuel Uribe Ángel se hace referencia a los restos de proboscídeo encontrados en Betulia, Antioquia:
«Lo que sobre Anzá hemos dicho acerca de la configuración del suelo, es aplicable a Betulia; y para no alargarnos en lo que a él se refiere, terminaremos manifestando que el paraje ha venido á ser célebre por el hallazgo de restos fósiles pertenecientes á un enorme mastodonte, restos que se conservan en el museo de Zea»
Y en el Boletín Oficial de los Estados Unidos de Colombia del mismo año, se publica una relación de objetos donados al mismo Museo, hoy Museo de Antioquia:
«Marzo 26. EI señor Pedro Carrasquilla un hueso que hace parte de la tibia del Mastodonte, y un cascabel de la culebra que lleva este nombre».
Por lo que es posible que ambas publicaciones se refieran a los mismos restos.
En la publicación Anales de la Instrucción Pública en la República de Colombia de 1889 se mencionan adquisiciones para las colecciones del Museo Nacional:
«Varios huesos de mastodonte hallados en la hacienda de Hatogrande, á una legua de Chiquinquirá, comprados al señor Andrés Borda».
En el año 1897 podía leerse en el Nº 45 del periódico El Progreso una columna titulada “El Paseo”, el relato de un paseo familiar a orillas del río Subachoque en el que se describe la belleza de aquel lugar; aquí el fragmento que nos interesa:
«El lugar en que nos hallamos sentados está á 2640 metros sobre el nivel del mar, y pertenece á la altiplanicie llamada hoy de Bogotá, la que mide una superficie de 35 á 40 leguas cuadradas; tiene esta altiplanicie de raro y sorprendente en el mundo científico, dos fenómenos geológicos o por causas geológicas: su altura, y la cascada del Tequendama; dos rarezas mineralógicas: sus salinas y sus carboneras, y una paleontológica: los restos fósiles de osamentas de mastodonte, animal antediluviano.
Finalmente en el Boletín Militar Órgano del Ministerio de Guerra y del Ejército de 1899 se hace mención al hallazgo de un esqueleto de proboscídeo a orillas del río Magdalena a la altura de Zambrano, Bolívar, y se mencionan restos hallados en Fute, Cundinamarca, a orillas del río Bogotá (anteriormente llamado río Funza):
«Un poco más arriba, á la orilla izquierda del Magdalena aparece el pueblo de Zambrano, que oculta entre los brezales su pobreza. Visto bajando el río parece mejor, pero en ningún caso pasa de ser un caserío de poca consideración y de ningunos recursos, excepto la carne de vaca, que es buena y abundante. En la ribera opuesta está el Peñón de Santacruz, en cuya superficie, y debajo del terreno de aluvión arrastrado por el río, se halló hace pocos años el esqueleto de un mastodonte, del que aún se conservan algunos huesos en las casas vecinas. Estos restos fósiles tienen más consistencia que los que se hallan en la arcilla diluviana de Fute, á orillas del Funza, que por desmoronarse fácilmente no permiten esperar que podrá prepararse un esqueleto completo para nuestro Museo de Bogotá, como con éstos del Magdalena».
- Todas las citas se han copiado/traducido literalmente del texto original.
Primera mitad del siglo XX
Una de las publicaciones más antiguas de nuestro país es la revista Anales de Ingeniería de la Sociedad Colombiana de Ingenieros que para sus ediciones de 1913 y 1914 reporta «un yacimiento notable de mastodontes» a orillas del río Suárez, en proximidades del municipio de Zapatoca, departamento de Santander .
El Museo de La Salle ha sido una institución clave en el estudio de las ciencias naturales en nuestro país, desde su fundación en 1910 por el Hermano Apolinar María (Nicolás Seiller) la entidad promovió la investigación, el debate y la divulgación científica gracias al Boletín de la Sociedad de Ciencias Naturales del Instituto de la Salle, sociedad fundada en 1912 y que en 1919 pasaría ser la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales y que junto a la Academia Nacional de Ciencias Naturales (fundada en 1871) darían origen a la actual Academia de Ciencias Exactas Físicas y Naturales de Colombia (ACCEFYN). Desafortunadamente en abril de 1948 tras los trágicos acontecimientos del «Bogotazo» el edificio que albergaba el instituto y el museo de La Salle fueron destruidos por un incendio que acabó con gran parte de sus colecciones botánicas, zoológicas, geológicas y paleontológicas incluyendo la biblioteca científica, una pérdida irreparable para la ciencia colombiana.
En las Actas de la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales encontramos una serie de hallazgos relacionados con proboscídeos y que fueron comentados por J. de Porta en 1961:
- Húmero del que no se menciona su procedencia (Anónimo 1918, Actas Soc. Colom. Cienc. Nat. Nº 52-54).
- Fémur y tibia provenientes de Bojacá (Cundinamarca) junto a colmillos que se asignan a andium, M. angustidens y M. giganteum de los que no se menciona su procedencia (Anónimo 1918, Actas Soc. Colom. Cienc. Nat. Nº 55, pp. 62-65).
- Restos de Mastodonte en Balsillas, cerca de Mosquera (Cundinamarca); (Hermano Ariste 1921, Actas Soc. Colom. Cienc. Nat. Nº 67, pp. 184).
- Rama mandibular derecha de un individuo adulto, el comentario de Porta es que «Por su tamaño parece ser una especie enana nueva»; (Anónimo 1923, Actas Soc. Colom. Cienc. Nat. Nº 73, pp. 353).
- Molares provenientes del «Salado» cerca de Ibagué, departamento del Tolima, (Anónimo 1929, Actas Soc. Colom. Cienc. Nat.).
En el Boletín del Instituto de la Salle publicado en 1923 el hermano José Ariste (Maurice Rollot) hace una aproximación al conocimiento de los «mastodontes» de Suramérica con mención especial a los reportes de Colombia y a su ecología citando los hallazgos de la Sabana de Bogotá (Bosa, Soacha, Mosquera, Madrid, Bojacá, Guatavita y Guasca); Boyacá (Villa de Leiva, Tunja, Duitama y Cocuy); Huila (Cabrera, San Alfonso, Aipe y Villavieja); Ortega en el departamento del Tolima; la costa atlántica incluyendo la Sierra Nevada de Santa Marta y de Santander a Mompóx aunque sin mencionar localidades exactas. En el Museo de La Plata en Argentina hay molares donados por el hermano Ariste.
En 1927 el geólogo alemán Otto Stutzer,quien formaría parte de la Comisión Científica Nacional, publica en la revista geológica alemana Neues Jahrbuch für Mineralogie, Geognosie, Geologie, und Petrefaktenkunde un artículo titulado «Contribución a la geología de la Cordillera Oriental en la vecindad cercana y lejana de Bogotá» donde se puede leer el siguiente párrafo:
«Finalmente merecen mención los bien conservados restos de mastodontes que se hallan cubiertos de tales cenizas andesíticas, transformadas en arcillas. Los yacimientos con mastodontes se hallan, por ejemplo, cerca de Mosquera en los nichos de los lomajes cuya salida se obstruyó y donde se acumuló un sedimento lodoso, formado de agua y ceniza volcánica. En este sedimento, semejante a arena flotante, se hundían los enormes animales. Al lado de los mastodontes se hallan algunos restos de caballos y de otras especies de mamíferos. La tragedia de los mastodontes tuvo lugar hacia el final del tiempo diluvial».
La traducción del texto al español la realizó el ingeniero Ernst A. Scheibe también miembro de la Comisión Científica Nacional. Dicho texto se incluiría posteriormente en la Compilación de los Estudios Geológicos de Colombia 1934 (tomo II).
En 1929 el paleontólogo español Ángel Cabrera publica su Revisión de los mastodontes argentinos obra que intenta aclarar la taxonomía de los mastodontes suramericanos y en la que se nombraría por primera vez el género Notiomastodon, en dicho trabajo Cabrera menciona los hallazgos de v. Humboldt en Colombia y las revisiones de ese material hechas por Blainville (1845), Gervais (1855) y Boule & Thevenin (1920).
En 1935 encontramos otra referencia publicada por F. Weiske en el tomo IV de la Compilación de los Estudios Geológicos Oficiales en Colombia 1917 a 1933 donde se menciona el hallazgo de un molar en cercanías de Giralda en el valle bajo del río Magdalena:
«Con gran sorpresa un poco arriba de Giralda se hizo el hallazgo de un gran fragmento de diente de mastodonte que estaba incluido en una arcilla plástica en la pared de la orilla del río. A causa de la avanzada descomposición y por consiguiente de su fragilidad, no se pudo recoger sino partido en varios fragmentos. La longitud total de la pieza era de 80 centímetros y su diámetro de 22. Desgraciadamente a pesar de que se buscó con sumo cuidado no se encontraron más restos fósiles en los sedimentos arcillosos de toda la localidad. El hallazgo de este diente es un comprobante de que estas capas pertenecen al diluvio».
En el Boletín del Instituto de la Salle Nº n. 147, Pp. 110-113, 1- 1., publicado en 1936, se menciona el hallazgo de restos de mastodonte y de un crocodilio (incluyendo el cráneo), en El Rodeo, Cúcuta (Norte de Santander).
Ese mismo año en la publicación Bosquejo Geológico Antioquia escrito por Juan Posada se menciona un hallazgo en Belén, cerca de Medellín:
«Los restos del mastodonte, mencionado atrás, se encontraron recientemente en el borde occidental del valle, cerca al caserío de Belén, a poco más de un metro de profundidad, en una capa de arcilla plástica, de color grisoso»
La tesis del geólogo antioqueño Gerardo Botero Arango Bosquejo de Paleontología Colombiana publicada en 1937 es el primer intento por conocer el estado de esta ciencia en el país hasta esa fecha, en la misma, el profesor destaca la importancia de los restos del cuaternario de la Sabana de Bogotá indicando que «los restos de Mastodon humboldtii y M. andium se encuentran bajo espesas capas de roca y ceniza». Menciona además los hallazgos de mastodontes de las planicies de Túquerres, Pasto, Medellín, el río San Bartolomé y Mompox.
En 1938 el catedrático Luis Cuervo Márquez publica en la Revista de la Academia colombiana de ciencias el artículo «Especies extinguidas: hallazgos fósiles en la Sabana de Bogotá» donde hace una aproximación al origen de los depósitos fosilíferos de dicha zona y a la clasificación en base a las características de los molares recuperados, indicando la presencia (equivocada) de los mastodontes andium y humboldtii, Tetrabelodon angustidens y Moeritherium.
En 1944 el hermano Daniel escribe para la Revista institucional Universidad Pontificia Bolivariana un artículo titulado «Los Mastodontes» en el que repasa varios aspectos relacionados con el estudio de estos proboscídeos como su origen y la relación entre algunas de las especies halladas en Egipto, Europa y Norteamérica; en el mismo menciona los hallazgos de mastodontes realizados en Guasca, Guatavita, la Sabana de Bogotá (Mosquera y Bojacá), cercanías de Medellín y Pamplona y a orillas del río Pozo cerca de San Bartolomé en el municipio de Pácora (Caldas). El mismo autor, menciona estos hallazgos en el libro de 1948 Nociones de geología y prehistoria de Colombia; una publicación que analiza el estado de la geología, la cartografía y las eras geológicas en la Colombia de mediados del siglo XX.
Es posible que además de estas referencias existan otras, no solo en publicaciones de finales del siglo XIX – principios del XX, sino también en las crónicas realizadas durante la época colonial.
Colombia, tierra de «mastodontes»
«Los mastodontes colombianos merodearon durante el plioceno y el Pleistoceno en la altiplanicie y en la llanura por tierras anegadizas y al borde de los grandes ríos, cerca de las costas en terrenos altos; en todos estos sitios su alimento consistía en hierbas y raíces. Bajo sus formas corpulentas y robustas rechinaron las ramas de los bosques que rodeaban las lagunas de los ríos; en sus frecuentes incursiones no faltaron accidentes que culminaron con la desaparición, bajo las aguas o bajo el limo movedizo, de uno o más individuos cuyos cuerpos al ser recubiertos por la arena y la arcilla, se perpetuaron, fosilizados, a través de las centurias y así podemos tener hoy día algunas ideas precisas acerca de su lejana existencia».
Hermano Daniel, Nociones de geología y prehistoria de Colombia; Medellín 1948
En la entrada anterior vimos que actualmente y después de más de un siglo de líos taxonómicos hay consenso en afirmar que sólo dos géneros de proboscídeos habitaron Suramérica: Notiomastodon y Cuvieronius, agrupados en la familia Gomphoteriidae aunque sus rasgos morfológicos permitirían clasificarlos junto a otros gonfoterios dentro de su propia familia: los Cuvieronidae (Mothè en preparación): “gonfoterios” trilofodontos brevirrostrinos cuyos miembros habrían habitado Asia (Sinomastodon) y las Américas (Rhynchotherium, Cuvieronius, Stegomastodon y Notiomastodon) desde el Mioceno tardío al Holoceno temprano integrando un clado monofilético, es decir que todos provienen de una población ancestral común.
El levantamiento del Istmo de Panamá permitió que grupos de estos proboscídeos cruzaran la selva del Darién en el transcurso del Gran Intercambio Biótico Americano, internándose en territorio colombiano para desde aquí dispersarse a través de diferentes rutas migratorias, que los llevaría hasta las pampas argentinas tras cruzar las planicies de Brasil por el este y hasta Chile a través de la cordillera de los Andes por el oeste, alcanzando una amplia distribución y ocupando ecosistemas con diversas condiciones climáticas que iban de frías y cálidas a húmedas y semiáridas (Andes tropicales, selva amazónica, el Gran Chaco, la región pampeana, litorales costeros y la caatinga en Brasil), algunas manadas se instalaron en nuestro territorio y se convirtieron en un elemento importante en los ecosistemas del Pleistoceno como lo atestiguan los numerosos restos hallados en prácticamente toda la geografía colombiana. Desafortunadamente los caracteres diagnósticos que permiten la correcta identificación de ambas especies se limitan a elementos craneales y dentales, es decir restos postcraneales, fragmentarios o aislados no sirven para hacer una identificación a nivel de género; por este motivo se hace necesario identificar rasgos diagnósticos en estos elementos que nos permitan asignarlos con precisión al género correspondiente lo que nos ayudará a comprender mejor su paleoecología, distribución geográfica y relaciones filogenéticas.
A estas limitaciones en la identificación debemos sumarle que a pesar de los numerosos restos de proboscídeos hallados en nuestro país son pocas las publicaciones que abordan la descripción de los especímenes, la mayor parte de la literatura que menciona a los proboscídeos fósiles se ha realizado en un contexto antropológico y arqueológico.
Así mismo cabe destacar que la mayor parte de los hallazgos de proboscídeos fósiles en Colombia se concentran en la región andina y en menor medida en la costa Caribe como veremos más adelante.
Laguna de la Plaza, Parque Nacional Natural El Cocuy
Durante el Pleistoceno, cuando manadas de proboscídeos recorrían nuestro país, nuestro planeta estaba inmerso en la glaciación Würm (en Europa) / Wisconsin (en Norteamérica) más conocida como la Edad de hielo, el último episodio glacial en la historia geológica de la Tierra. Dicha glaciación comenzó hace 110 000 años y habría terminado hace alrededor de 10 000 años dando paso al Holoceno, el periodo interglaciar actual que se caracteriza por sus temperaturas templadas.
Durante esta época, glaciares y casquetes polares, se expandieron por extensas zonas y las temperaturas globales disminuyeron enfriando todo el planeta afectando incluso las zonas tropicales, en Suramérica el hielo cubrió toda la cordillera de los Andes llegando incluso hasta la cordillera Oriental donde el límite del páramo bajó hasta los 1 700 m s. n. m. (van der Hammen, 1963; 1979) convirtiendo la sabana de Bogotá en un extenso páramo, por su parte el límite de la nieve se situó en los 3 300 m s. n. m. y las crestas glaciales se proyectaban hasta los 2 800 m s. n. m.
El incremento de los periodos glaciales durante el Pleistoceno no sólo provocó que extensas zonas de la superficie terrestre fueran ocupadas por casquetes de hielo cuando se produjo el máximo avance de la glaciación de Würm, sino que causó además una disminución generalizada de las lluvias. Esta merma en la pluviosidad favoreció la dispersión de vegetación no selvática en las tierras bajas y la consecuente reducción de la superficie ocupada por selvas húmedas permitiendo el desarrollo de áreas desérticas o xerofíticas, es decir vegetación adaptada a vivir en zonas donde el agua es escasa. Rastros de este episodio se pueden ver en las dunas o médanos (acumulación de arena) de esta época que encontramos en la península de La Guajira, donde la formación de estos depósitos aún continúa, así como en otras áreas de la planicie costera del Caribe como Bahía Concha, Parque Nacional Natural Tayrona; cuenca del río Ariguaní en el departamento del Magdalena y en inmediaciones de Sabanalarga, departamento del Atlántico (Hernández y colaboradores, 1992), precisamente en estos dos últimos sitios se reportan hallazgos de megafauna pleistocénica.
También encontramos vestigios de condiciones semiáridas de la glaciación de Würm y de periodos glaciales previos en la Orinoquia (SE del Departamento de Arauca y Casanare, serranías de Puerto Gaitán y río Manacacías en el Departamento del Meta y en cercanías del río Tomo en el departamento del Vichada) así como en los grandes depósitos de sedimentos pleistocénicos en la Amazonía colombiana (departamentos del Guainía y Vaupés, río Caquetá, y en el departamento del Amazonas: en cercanías de la Chorrera, y en las inmediaciones de Araracuara, donde Urbina & Peña (2016) mencionan el hallazgo de restos de mastodontes.
Los marcados cambios climáticos del Pleistoceno produjeron grandes variaciones en la cobertura vegetal dando como resultado la reducción y la fragmentación de grandes sectores de selvas húmedas que funcionaron como refugios naturales ante la expansión de áreas cubiertas por vegetación con tendencias más o menos xerofíticas, cuando las condiciones climáticas se invirtieron, las selvas húmedas volvieron a ocupar esas áreas; estos refugios del Pleistoceno explicarían algunos de los patrones en la distribución actual de la biota de nuestro territorio.
En 1992 Hernández-Camacho y colaboradores plantean una reconstrucción paleoecológica en las áreas biogeográficas de Colombia durante el máximo avance de la última glaciación teniendo en cuenta una regresión del nivel marino de 120 m con relación al presente y considerando que a los periodos glaciales corresponde una tendencia fría y seca, demostrando además que los valles interandinos estuvieron conectados con la región Caribe a través de corredores de bosque seco permitiendo la dispersión de la flora y fauna durante los periodos más fríos del Pleistoceno. En base a ese trabajo, las zonas que durante este periodo estuvieron cubiertas por vegetación con tendencia subxerofitica o xerofítica en Colombia y que presentan restos de proboscídeos encontramos la ya mencionada planicie costera del Caribe, los valles medio y alto del Magdalena, Valle del Cauca y cuenca alta del río Patía, cercanías de Cúcuta y el Cañón del Chicamocha; también algunas zonas de la Orinoquia muestran dunas pleistocénicas mientras en la Amazonia se observa un incremento de la vegetación de sabana en este periodo. De otro lado las zonas que funcionaron como refugios húmedos durante el Pleistoceno y que registran en sus cercanías restos de proboscídeos son la Sierra de Macuira, ubicada al Noreste de la Guajira, Sierra Nevada del Cocuy, laderas inferiores de la vertiente oriental de la cordillera Oriental (desde la región del alto río Ariari en el Departamento del Meta, hasta Casanare, incluyendo parte de los departamentos de Cundinamarca y Boyacá) y los departamentos del Putumayo y Huila.
Los mastodontes de la costa Caribe
Durante la glaciación de Würm, a nivel del mar, el descenso de temperatura en la costa Caribe no superó los 3 o 4°C; las condiciones climáticas favorecieron que la aridización se extendiera, los bosques fueron reemplazados por sabanas secas y/o matorrales subxerofíticos y el desierto de la Guajira sufrió una notable expansión que hizo, de toda la zona, un corredor migratorio para la dispersión de las especies que venían del norte. Algunas zonas sin embargo funcionaron como refugios húmedos durante el Pleistoceno, como la Serranía de Macuira, situada al NE de la Guajira cuyo bosque nublado se alza hasta los 800 m s. n. m. En las localidades del Cardón, Carrizal y Remedios en la península de La Guajira, se han hallado restos de proboscídeos (Rodríguez, 2009; Gutiérrez, 2010), por lo que es probable que las manadas se resguardaran en los refugio húmedos de la Serranía de Macuira o de la Sierra Nevada de Santa Marta en los periodos más cálidos.
Cabe mencionar que la planicie costera era continua con la del norte de Venezuela ya que la península de la Guajira se hallaba conectada con la de Paraguaná por tierras que emergían en el actual Golfo de Venezuela. Numerosos restos de proboscídeos se han registrado en esta zona venezolana (estado Falcón).
Fragmento de molar, probablemente recolectado en cercanías de Santa Marta, en las colecciones del Museo de Historia Natural de París. Cortesía Carlos Jaramillo
Manadas en la ciénaga del Guájaro y en el bajo Magdalena
Es posible que en los Montes de María y en la serranía de Piojó en el Departamento del Atlántico, justo al norte de la ciénaga del Guájaro, existieran pequeños refugios de bosque nublado, precisamente en la zona aledaña al embalse se han reportado numerosos hallazgos de megafauna, especialmente proboscídeos: Luruaco (Correal, 1993), Aguada de San Pablo (prensa, 2022), Sabanalarga (com. pers., 2021), La Peña, donde funciona el Museo Paleontológico que alberga una importante colección de restos de megafauna, Rotinet y Repelón (Villarroel & Clavijo, 2005; Páramo, 2010). Durante los periodos secos se formaron dunas en esta parte del departamento del Atlántico y en la cuenca del río Ariguaní en el departamento del Magdalena lo que generó una situación de tipo peridesértico, es decir áreas con poca cobertura vegetal y propensas a la aridez. Precisamente en Apure, municipio de Plato, en el valle del Ariguaní, se han reportado huesos, molares y maxilares de megafauna (prensa, 2004), así mismo en las colecciones del Museo de Historia Natural de París hay un molar fragmentado, procedente de la zona de Santa Marta, aunque no se especifica más información sobre el sitio exacto, año de colecta o quién lo donó a dicho museo.
Uno de los hallazgos más importante de la costa Caribe fue el que se realizó en el año 1994 en inmediaciones de la población de Turbaná, al sur de Cartagena, cuando se descubrió el cráneo de un proboscídeo juvenil en la finca Paricuica y cuya particular historia pueden leer en este post de nuestro Blog «Paleontología en Colombia». El cráneo fue inicialmente asignado como Stegomastodon Waringi (Pardo, 2012) para ser finalmente incluido como Notiomastodon platensis (Mothè y colaboradores, 2013; 2017) y se trataría de los restos de Notiomastodon más próximos al istmo de Panamá que se han hallado, a falta de la identificación de los molares hallados en las minas de Frontino, en el noroeste antioqueño. El cráneo puede observarse en la biblioteca Fernández Madrid de la Universidad de Cartagena.
Cráneo de Notiomastodon juvenil en la biblioteca Fernández Madrid de la Universidad de Cartagena
Posiblemente existieron áreas pantanosas en los deltas de los ríos Magdalena y Sinú, en cuyas riberas crecían bosques en galería, áreas a las que las mandas acudirían a buscar alimento y agua.
Precisamente en las orillas del valle que forma el río Magdalena, en su recorrido hacia el mar Caribe, se han reportado varios hallazgos de proboscídeos: en Mompóx, departamento de Bolívar (Botero Arango, 1937; de Porta, 1961; Páramo, 2010) y en el Peñón de Santacruz, (1899), Tenerife (com. pers., 2022) y La Giralda (Weiske, 1935), en el departamento del Magdalena. Finalmente en el departamento del Cesar se reporta el hallazgo de una vértebra de proboscídeo en cercanías de la Mina Drummond (com. pers., 2012).
Proboscídeos de la Costa Caribe colombiana: fragmento de maxilar superior de Notiomastodon platensis proveniente del corregimiento de Rotinet en las colecciones del Museo Paleontológico de Villa de Leiva (izq.) y molares de probosc. indet. en las colecciones del Museo Paleontológico de La Peña, Atlántico (der.)
Los registros de proboscídeos en Colombia presentan un amplio rango de distribución que va desde las altas montañas de nuestras cordilleras a las zonas bajas de la costa Caribe como acabamos de ver. La mayoría de registros provienen de la región andina siendo muy abundantes en la sabana de Bogotá y el valle interandino del río Cauca. Es posible que manadas de proboscídeos hubieran usado las cordilleras como corredores migratorios, aunque como veremos más adelante, seguramente preferían las zonas más bajas de los valles interandinos que funcionaron como corredor seco que facilitó la dispersión de los proboscídeos hacia el sur durante el Gran Intercambio Biótico Americano (GIBA), el evento que permitió el intercambio de organismos entre Norte y Suramérica tras el levantamiento del istmo de Panamá.
Prosperando en la cordillera Oriental
Como hemos visto, las faunas del Pleistoceno de Colombia, especialmente las que hacen referencia al campo de gigantes, son mencionadas en muchos artículos pero sin llegar estudiarse a fondo (con la excepción quizás de los trabajos de Cuervo, 1938 & Hno. Daniel, 1944; 1948), no se dan fechas exactas y tampoco se tiene en cuenta la estratigrafía regional, en ese sentido una primera aproximación la realiza en 1953 el paleontólogo estadounidense Ruben A. Stirton en la publicación «Vertebrate paleontology and continental stratigraphy in Colombia» donde estudia las unidades estratigráficas de la fauna pleistocénica (entre otras) del zanjón de las Cátedras en Mondoñedo (Cundinamarca) mencionadas por Cuervo (1938); en 1961 los estudios de los paleontólogos catalanes Jaume de Porta i Vernet y Manuel Julivert i Casagualda aportan información relevante sobre la estratigrafía de la Sabana de Bogotá y su fauna pleistocénica. De Porta corrige a Cuervo (1938) y al Hermano Daniel (1944) y nombra el material mencionado por ellos como Haplomastodon waringi y le asigna una edad Pleistoceno tardío a dicha fauna.
El altiplano Cundiboyacense
Se conoce como altiplanicie cundiboyacense a las tierras altas y planas situadas en la cordillera Oriental de los Andes colombianos, entre los departamentos de Cundinamarca y Boyacá, tras ensancharse la cadena montañosa unos 50 km aproximadamente. Esta unidad biogeográfica agrupa a su vez cuatro grandes altiplanos que se suceden en dirección suroeste – noreste a lo largo de 250 km oscilando entre los 2 000 y los 3 000 m s. n. m. De sur a norte encontramos: la Sabana de Bogotá, el valle de Ubaté-Chiquinquirá, el altiplano de Samacá-Villa de Leyva y el de Tunja-Sogamoso-Lago de Tota, todas tienen un mismo origen geológico y comparten procesos ambientales y ecológicos que permiten su agrupación bajo el mismo nombre.
Pero ¿y cómo eran las condiciones climáticas cuando la megafauna habitaba esta zona?
Ya vimos que nuestro planeta se encontraba inmerso en la última glaciación, el relieve de la sabana de Bogotá muestra, en sus profundo valles y escarpadas crestas, el paso de las masas glaciares durante el Pleistoceno algunas de las cuales están ocupadas actualmente por lagunas.
Las profundas cuencas sedimentarias de Fúquene y Bogotá contienen unas series únicas de acumulación de sedimentos en las que se ha conservado gran parte de la historia ambiental y climática del Cuaternario de Colombia. El hundimiento de la cuenca de Bogotá ha permitido una gruesa acumulación de sedimentos, esta planicie se habría formado gracias al relleno de sedimentos fluvio lacustres depositados durante el Cuaternario. Hace 50 000 años las lluvias disminuyeron y el enorme lago que inundaba la Sabana comenzó a desaguar por el Salto de Tequendama secándose hace unos 30 000 años, los sedimentos lacustres resultantes formaron los valles del río Bogotá y sus afluentes que constituyen la actual Sabana de Bogotá.
Los estudios palinológicos realizados por el investigador Thomas van der Hammen muestran que en esta zona ocurrieron de 15 a 20 ciclos glaciales intermitentes seguidos de periodos interglaciares cuya máxima extensión tuvo lugar hace aproximadamente entre 45 000 y 25 000 años cuando el clima fue húmedo y relativamente frío, esta expansión pudo provocar que los glaciares y el bosque altoandino estuvieran en contacto entre los 2 200 y los 2 700 m s. n. m., la zona de páramo pudo ser además muy reducida y húmeda con abundantes bosques de Polylepis en las partes más bajas.
Bosque de Polylepis, una planta endémica de los Andes especialmente adaptada para vivir en los climas fríos de alta montaña. Sus pequeños árboles y arbustos de entre 2 a 5 m de alto forman bosques que van desde los 1 800 m s.n.m hasta los 5 200 m s.n.m.
Durante el Pleistoceno tardío hace entre 21 000 y 14 000 años se presentó un período muy frío y seco pero la extensión del hielo fue mucho menor, el límite del bosque bajó a cerca de los 1 300 a 1 500 m s. n. m. y la zona de páramo se hizo mucho más extensa, siendo la mayor en la historia de los páramos con grandes áreas en Mérida (Venezuela), en las cordilleras Oriental y Central llegando hasta Ecuador, así como en pequeñas partes de la cordillera Occidental y en la Sierra Nevada de Santa Marta, a este periodo se le conoce como estadial Fúquene.
Se conocen como Estadiales e interestadiales a las fases en las que se divide el Cuaternario. Los estadiales son períodos relativamente fríos mientras que los interestadiales son episodios relativamente cálidos y se presentan ya sea en un periodo glacial o en un periodo interglacial
A este periodo le siguió el interestadial de Susacá, una época fría de corta duración ocurrida hace entre 14 000 y 13 000 años seguido del estadial Ciega ocurrido hace entre 13 000 y 12 400 años.
Hace unos 12 500 años las temperaturas subieron paulatinamente lo que favoreció el desarrollo del bosque andino que a su vez benefició la diversidad animal y la ocupación humana de la zona, a este periodo se le conoce como Interestadial Guantiva y se estima que terminó hace aproximadamente 11 000 años. Cabe destacar que en el sitio arqueológico de Tibitó en el municipio de Tocancipá, Cundinamarca, se han hallado indicios de ocupación humana hace 11 740 años: artefactos líticos y de hueso asociados a restos carbonizados de fauna pleistocénica incluyendo proboscídeos y caballos de los que hablaremos más adelante.
El inicio del Holoceno, hace aproximadamente 10 000 años, no fue un período de completa estabilidad climática pues los mayores cambios se dieron al final de la última glaciación. En Colombia este último episodio de frío intenso ocurrido hace entre 11 000 y 10 000 años recibe el nombre de estadial el Abra por el sitio arqueológico ubicado en el municipio de Zipaquirá y cuyas herramientas líticas reciben el nombre de “abrienses”, en esta arremetida final de la glaciación el bosque desapareció parcialmente y fue reemplazado por vegetación arbustiva de subpáramo.
Las duras condiciones climáticas no impidieron que la megafauna prosperara en estas zonas tal y como lo atestiguan los abundantes restos fósiles hallados en el altiplano Cundiboyacense, es posible que los grupos animales retrocedieran ante el avance del hielo durante los episodios más fríos y regresaran a ocupar zonas de alta montaña en los periodos más cálidos.
Maxilar y defensa de Notiomastodon platensis expuesto en el Museo de Historia Natural de la Sabana, Nemocón, Cundinamarca
En esta zona geográfica encontramos los ya mencionados reportes del campo de gigantes de la Sabana de Bogotá (Bojacá, Mosquera (Mondoñedo), Bosa, Soacha, Tunjuelito, Caño del Fiscal y más recientemente en el Barrio Alcalá cuando obreros que excavaban un pozo sacaron a la luz varios restos que incluían fragmentos mandibulares que conservaban algunos molares, pero que fueron robados a los pocos días (prensa, 2021)); y los reportados en Guasca, Guatavita, Tocancipá (Tibitó) y Nemocón (vereda Checua) todos en el departamento de Cundinamarca y los de Samacá (río Gachaneca), Sutamarchán, Sáchica (quebrada Ritoque), Villa de Leiva, Tunja, Duitama, Belencito y Laguna Negra en el Páramo de Ocetá en el departamento de Boyacá.
Pero no son los únicos hallazgos en estos departamentos: en Cundinamarca los tenemos en Anolaima, dónde aparecieron restos cuando se hacían obras en una escuela (prensa, 2017) , el estudio posterior de este material reveló paleopatologías que afectaron los huesos de estos proboscídeos (Zorro y colaboradores, 2022), pero quizá los hallazgos más conocidos de todo el departamento sean los de Pubenza en Tocaima, donde en 1972 se extrajo de una mina de yeso un esqueleto casi completo de Notiomastodon platensis que hoy se exhibe en el Museo Geológico José Royo y Gómez de Bogotá, mientras en 2004 se recuperó el esqueleto de una cría, presumiblemente de la misma especie, que se puede visitar en el Museo Paleontológico y Arqueológico de Pubenza, ubicado en la antigua estación del ferrocarril.
Huellas de mastodonte en Colombia?
En la entrada anterior hablamos sobre las huellas fosilizadas dejadas por algunos proboscídeos en Argentina y Chile y que reciben el nombre de Proboscipeda australis, pues en los estratos sedimentarios del yacimiento de Pubenza, se han detectado disturbios que han sido interpretados como dejados por mastodontes, estos disturbios se formaron cuando los sedimentos del pantano estaban aún relativamente húmedos y blandos observándose algunas improntas con forma de cilindros grandes y bordes casi verticales, van der Hammen & Correal (2000) consideran que estos disturbios los pudo haber causado el paso de un animal grande por el pantano, presumiblemente un mastodonte y para comprobarlo, los autores hicieron un corte horizontal de una de las huellas mejor preservada dando como resultado una impronta cóncava y ligeramente redondeada, concluyendo que muy probablemente los disturbios y las huellas los pudo haber causado el paso de los proboscídeos que frecuentaban el pantano en busca de agua y minerales mientras removían el lodo con sus patas, defensas y trompa, es más, posiblemente algunos de los disturbios sean consecuencia de este comportamiento. A las huellas se les asigna una edad de entre 16 500 y 14 000 años, la misma que se ha calculado para los restos de mastodonte hallados en el yacimiento y que encontraron la muerte en este antiguo lago (van der Hammen & Correal, 2000).
Algunos de los restos de Pubenza se han hallado asociados a actividad humana como lo veremos más adelante (Van der Hammen & Correal, 2001; & Correal & Van der Hammen, 2003).
Cráneo de una cría de Notiomastodon platensis descubierto en 2005 en Pubenza, Tocaima (Cundinamarca). Tomado de Gómez (2006)
En el departamento de Boyacá, por su parte, tenemos reportes en Socotá, Covarachía, Guican, La Uvita, Lagunillas (Cocuy) Chita, Socha, donde en 2009 se descubrieron restos en la vereda El Alto (prensa, 2009) -y que hacen parte de las colecciones del Museo de Los Andes- y en Jútua, municipio de Soatá, cuya fauna habría habitado en los alrededores de un antiguo lago que se formó a causa del represamiento del río que antecedió al Chicamocha y que pudo alcanzar una profundidad de 400 m. Las pruebas de C14 permitieron establecer dos edades de entre 45 900 – 39 600 años que permiten determinar que dicho lago se desarrolló en el Pleistoceno tardío a mediados del Pleniglacial medio, seguramente en la transición del interestadial de Chitagota al estadial de Tagua (Villarroel y colaboradores, 1996; 2001). Además de proboscídeos se han reportado roedores caviomorfos, ciervos, cánidos y gasterópodos.
Restos de mastodonte descubierto en 2009 en la vereda El Alto, Socha (Boyacá)
Hallazgos en los Santanderes
La primera referencia sobre reportes en la región de los Santanderes las hace Mahlmann W. (1840) en referencia a los hallazgos reportados por Carl Degenhardt en el área de Pamplona, posteriormente el profesor M. Gutiérrez (1913) se hace eco de un yacimiento de restos de proboscídeos ubicado en cercanías de Zapatoca en la zona conocida como Lagunetas, en el margen izquierdo del río Suárez en la confluencia con el Chicamocha, estos restos, ubicados en una zona de difícil acceso y de pronunciada pendiente, no fueron depositados in situ sino que fueron arrastrados por las aguas para posteriormente ser sepultados por el sedimento, menciona el autor que pudieron recuperarse varias piezas que incluían molares de individuos jóvenes y adultos, fragmentos de cráneos, mandíbulas y defensas; (una casi entera) así como fragmentos de huesos de otras partes del cuerpo (vértebras, falanges, rótula, fémur, esternón, etc.) y cita además la presencia de huesos de mamíferos más pequeños cuyo mal estado de conservación hizo imposible determinar la(s) especie(s) a la(s) que pertenecían, dichos restos se depositaron en las colecciones del museo del Colegio Nacional de San Bartolomé (hoy Colegio Mayor de San Bartolomé) en Bogotá. Es posible que estas manadas cruzaran el río Sogamoso migrando desde las verdes praderas que cubrían los valles meridionales que actualmente forman las mesas de Jéridas, Curití y Aratoca y que reverdecían cuando las crecientes de los ríos Suárez y Chicamocha, cuya hoya en época pleistocénica no era tan profunda, inundaban sus planicies. Los individuos, que no conseguían cruzar los caudalosos ríos, quedaban atrapados en los torrentes ahogándose bajo las furiosas aguas para posteriormente ser arrastrados por las corrientes hasta el yacimiento de Lagunetas, donde, según se menciona en la Rev. Zapatoca Nº90, (2013), además de mastodontes se habrían hallado también restos de perezosos gigantes, de los cuales, algunas fotos se publicaron en la revista Cromos en 1925.
Precisamente en Curití J. de Porta (1965) reporta una fauna de vertebrados que incluye pecaríes, ciervos, tapires, roedores caviomorfos, marsupiales, anfibios, reptiles y varios molares que identificó como Haplomastodon = (Notiomastodon); Gómez (2006) cita un molar (M3 izq.) en buen estado de conservación recolectado en el año 2000 en la quebrada Curití e identificado por la paleontóloga María Páramo como Haplomastodon. De las cercanías de Zapatoca, Gómez (2006) menciona dos molares fragmentados de los cuales el mejor conservado presenta un desgaste de moderado a avanzado; otro hallazgo de la zona es un molar que parece conserva fragmento de la mandíbula y es reportado por el paleontólogo santandereano Edwin Cadena en una charla en 2021.
En 1995 el periódico El Tiempo publica un artículo donde menciona que restos de un proboscídeo, hallados en el municipio de Lebrija, se encuentran expuestos en el Museo Geológico Marino Arce Herrera de la Universidad Industrial de Santander, donde también se encuentra una colección que incluye los restos citados por J. de Porta en 1965 y restos procedentes de Mondoñedo, Cundinamarca (Suárez y colaboradores, 2021).
Es posible que en la zona del río Carare haya existido un refugio húmedo durante el pleistoceno, especialmente en la zona oriental del valle medio del Magdalena, así mismo hay evidencia de la existencia de un corredor árido o semiárido que, durante las fases secas del Pleistoceno, habría conectado la planicie del Caribe con el valle alto del Magdalena en su zona media (Hernández y colaboradores, 1992), una ruta que bien pudo ser aprovechada por las manadas de proboscídeos que migraban por los valles interandinos durante los episodios más fríos en busca de tierras más cálidas. Próximo a esta zona se han hallado restos de proboscídeos en Vélez (Rodríguez y colaboradores, 2009) y El Peñón (prensa, 2017).
Colmillo de un macho adulto de Notiomastodon platensis descubierto en septiembre de 2021 en la vereda Agualinda, Los Patios (Norte de Santander)
Por su parte en el departamento de Norte de Santander los reportes de mastodontes se encuentran en la zona cercana a Cúcuta: En 1961 J. de Porta hace mención a la publicación del instituto La Salle de 1936 donde se reporta el hallazgo del cráneo de un caimán y restos de mastodontes en el actual barrio cucuteño de El Rodeo, algunos restos procedentes de este yacimiento se encuentran en las colecciones de paleontología del Museo de La Salle y se identifican como Purussaurus (Giraldo, 2017). Procedentes de EL Rosario se citan dos molares M3 (Bombín & Huertas, 1981) mientras que en la vereda de Agualinda, municipio de los Patios, expediciones arqueológicas sacaron a la luz artefactos precerámicos y restos de mastodontes asociados a artefactos humanos, lo que puede ser un indicio de la interacción entre cazadores y megafauna en la región (Correal, 1993).
En 2021 un campesino de la zona junto a su nieto encontraron el colmillo de unos 1,86 m perteneciente a un Notiomastodon adulto semienterrado en los depósitos fluviales del Cuaternario de la zona (Suárez y colaboradores, 2022), la defensa se encuentra en el Museo Arqueológico y Paleontológico de Agualinda donde se pueden observar, entre muchas otras varias piezas, molares y costillas de mastodontes; otro museo de la zona donde se pueden observar restos de mastodontes es el Museo Los Vados (más información de ambos museos aquí).
En inmediaciones de Cúcuta, el valle medio del río Táchira presenta condiciones con tendencias áridas que probablemente tuvieron alguna conexión con la zona de influencia del lago de Maracaibo en Venezuela, permitiendo a las manadas migrar al norte hacia la Guajira y/o a través de los Andes venezolanos, donde se registran varias localidades con restos de estos proboscídeos, hasta el norte en el estado de Falcón, donde se han reportado también muchos restos incluyendo el famoso yacimiento de Taima Taima donde se encontró evidencia de caza por parte de los pobladores de la zona hace alrededor de entre 9 650 y 14 440 años (Carrillo, 2018).
Migrando por los valles interandinos
El bioma dominante en los valles interandinos durante el Pleistoceno fue el hoy amenazado bosque seco tropical (BST), un ecosistema compuesto por vegetación sometida a un alto estrés hídrico, propio de las tierras bajas que se caracteriza por presentar una fuerte estacionalidad de lluvias y temperaturas extremas. El BST tiene una biodiversidad única de plantas y animales que se han adaptado a estas duras condiciones lo que ha derivado en altos niveles de endemismo. La intensiva producción agrícola y/o ganadera es la responsable de que de las más de nueve millones de hectáreas de BST que cubrían la superficie de Colombia, hoy sólo quede apenas el 8% repartidos en el área del Caribe, que presenta la mayor extensión de BST, los valles interandinos de los ríos Cauca y Magdalena, la región norandina de Santander y Norte de Santander, el valle del Patía, Arauca y Vichada en los Llanos orientales (datos Instituto Alexander von Humboldt).
Las mayores regiones de BST en Colombia han estado aisladas los últimos 10 000 años cuando el clima ha sido relativamente estable y similar al que observamos en la actualidad lo que explicaría la afinidad biogeográfica que existe entre los valles interandinos, la región Caribe y el valle del río Patía en el sur de Colombia (Pizano y colaboradores, 2014).
Bosque seco tropical (BST) en el desierto de la Tatacoa, departamento del Huila
Los mastodontes del valle del río Cauca
El corredor árido del valle interandino del río Cauca se habría extendido a lo largo del cañón del río Cauca en el norte y la planicie del Valle del Cauca llegando hasta la cuenca interandina del río Patía, aunque es posible que se fragmentara en algunas zonas debido a remanentes de bosques húmedos en algunos sectores de los actuales departamentos de Caldas y Risaralda y por la cuchilla del Tambo que marca la separación entre las cuencas de los ríos Patía y el Cauca (Hernández y colaboradores, 1992).
Antes de mencionar los hallazgos de los valles interandinos de los ríos Cauca y Patía, debemos mencionar los restos hallados al norte del departamento de Antioquia, en las minas de Frontino (Valencia, 2016; com. Pers., 2022), donde encontramos un molar fragmentado que corresponderían a los restos de proboscídeo más próximos al Istmo de Panamá, la ruta por donde entraron las especies procedentes del norte durante el Gran Intercambio Biótico Americano (GIBA). Así mismo, en el área de la ciudad de Medellín se reportan restos en Belén Rincón (Posada, 1936; Valencia, 2016; prensa, 2018; 2019), San Mateo y el valle del Río Medellín (Posada, 1936; Gómez, 2006) y cerca del cañón del río Cauca en Betulia, sureste antioqueño (Uribe, 1885; Gómez, 2006; prensa, 2014).
En el medio Cauca encontramos reportes en los departamentos de Caldas: en el municipio de Salamina (Rodríguez y colaboradores, 2009), río Pozo (Hno. Daniel, 1944) y en Riosucio en la Vereda las Estancias (com. Pers., 2016) donde se reporta un molar bilofodonto ¿? en aparente buen estado de conservación, desafortunadamente la única foto que tengo no permite apreciar si se trata de un molar deciduo o un molar inferior izquierdo al que le falta una cúspide y en la vereda San Lorenzo (com. Pers., 2013), donde la construcción de una carretera sacó a la luz varios restos óseos, molares y fragmentos mandibulares, ese mismo año dimos parte al entonces INGEOMINAS para que se hicieran cargo del estudio, pues la persona que hizo el reporte quería salvar el hallazgo, pero no obtuvimos ninguna respuesta (como tantas otras veces), finalmente el hallazgo quedó tapado por la obra. Un poco más al sur en una mina a orillas del río Cauca, en jurisdicción del municipio de Filadelfia, se reportan dos molares, de los cuales al menos uno de ellos, correspondería a un individuo juvenil que no presenta desgaste (Gómez, 2006). En la misma zona, pero en el departamento de Risaralda tenemos reportes en Irra (Gómez, 2006) y más recientemente en la vereda Mapura, municipio de Quinchía, cuando mineros que trabajaban en una mina artesanal, encontraron huesos de mastodonte a 8 m de profundidad (prensa, 2020), mientras en el departamento del Quindío tenemos reportes en Salento donde en 1970 se encontraron restos óseos que incluían un omoplato derecho que se encuentra en las colecciones del Museo La Salle de Bogotá (Giraldo, 2017) y en las colinas próximas al municipio de Quimbaya (Cano, 2018).
Los modelos climáticos sugieren que el Valle del Cauca era un corredor seco hace entre 23 000 y 19 000 años debido a la disminución de las precipitaciones y a la caída de las temperaturas en el centro y norte de Sudamérica durante el último máximo glacial (Jaramillo y colaboradores, 2022).
Hace entre 13 000 y 15 000 años, durante la última glaciación, el Valle del Cauca estaba cubierto por un BST, dominado por árboles en las elevaciones más bajas, mientras que a mayor altura, la zona de condensación, permitía la aparición de bosque de montaña; después de 10 500 años el clima se volvió más seco y las sequías fueron frecuentes lo que provocó cambios en la composición floral del bosque seco y consecuentemente su reemplazo por vegetación herbácea aunque sin la presencia de grandes extensiones de sabana (Jaramillo y colaboradores, 2022), es probable que estas condiciones frías y secas evidencien el estadial de El Abra en la zona (Hooghiemstra & Flantua, 2019). La región árida del Valle del Cauca comparte algunos elementos florísticos y faunísticos endémicos con el alto valle del Magdalena que sugieren una conexión entre estas dos áreas en tiempos remotos, probablemente antes de la última glaciación a través del noroeste del departamento de Antioquia donde la cordillera Central no es tan elevada.
Los hallazgos de restos de mastodontes, en las últimas décadas, demuestran que estos grandes mamíferos fueron un elemento importante en los ecosistemas de la llanura aluvial del río Cauca durante el Pleistoceno tardío – Holoceno temprano.
El departamento del Valle del Cauca ha sido noticia en los últimos años por el hallazgo de gran cantidad de restos de mastodontes procedentes, en su mayoría, de las areneras que trabajan extrayendo grava y arena del cauce del río Cauca que posteriormente son usadas para la construcción. Este dragado de los sedimentos viene acompañado en numerosas ocasiones de restos de vertebrados entre los que destacan los restos de mastodonte. Aunque no todos los restos hallados en el departamento provienen del dragado del río la mayoría sí están asociados a sus llanuras aluviales, algunos como el del corregimiento San Antonio, en el municipio de Toro, al norte del departamento, se dio cuando en 1980 los bajos niveles del agua del río permitieron que un grupo de pescadores recuperaran una serie de restos que incluían: molares, costillas, un fragmento de fémur y un fragmento mandibular.; la noticia del hallazgo se propagó rápidamente y en septiembre de ese mismo año una comisión integrada por personal del Instituto Vallecaucano de Investigaciones Científicas y buzos del Club Barracudas de Cali visitó el lugar, realizando una prospección subacuática que concluyó que “…en el lugar mencionado a profundidades entre uno y cinco metros se encuentra una gran mole de seis metros de ancho por unos quince metros de largo conformada por arcilla, greda o caliza, que presenta incrustaciones óseas de gran magnitud…”, ese mismo mes visita la zona el profesor Héctor Gómez Lora del Departamento de Biología de la Universidad del Valle, el cual prepara un informe preliminar del descubrimiento, los indicios parecen indicar que se trata de un ejemplar adulto de Stegomastodon = Notiomastodon; pero lo más relevante del mastodonte de Toro es que entre los restos se halló una punta de proyectil hecha en marfil, de 8,5 cm de largo, siendo el único de su tipo hallado en Colombia hasta la fecha, lo que nos indica que estos primeros pobladores eran cazadores especializados de megafauna en el actual territorio vallecaucano durante el Pleistoceno tardío-Holoceno temprano (Rodríguez, 2007; Rodríguez y colaboradores, 2009).
Molares del mastodonte de Toro, Valle del Cauca, pertenecientes al menos a dos individuos. Tomado de Cano (2018)
En el corregimiento de San Pedro, próximo al casco urbano de La Victoria el arqueólogo Gonzalo Correal reporta el hallazgo de un molar “incorporado a un estrato arenoso grueso con abundantes guijarros; este ejemplar fue clasificado como Stegomastodon por el doctor Jorge Hernández” (Correal, 1981). En el municipio de Zarzal encontramos uno de los primeros reportes de mastodontes en el Valle del Cauca: corría el año 1967 cuando un campesino encontró accidentalmente huesos de mastodonte en la hacienda Chaquiral ubicada en límites de los municipios de Zarzal y La Victoria, el análisis de los molares reveló que se trataba de un individuo adulto del género Stegomastodon = Notiomastodon, posteriormente los arqueólogos Gonzalo Correal y Julio César Cubillos visitaron el lugar encontrando otro fragmento de molar de mastodonte del mismo género, también una comisión del Departamento de Biología de la Universidad del Valle encabezada por el profesor Héctor Gómez Lora y varios de sus alumnos hallaron restos de molares y costillas a 3 – 3,5 m de profundidad .
Una investigación posterior en la Hacienda Samaria (Km 1 Via Zarzal – La Victoria) al noroeste del municipio de Zarzal permitió localizar restos de otro mastodonte sin asociación alguna a artefactos líticos (Rodríguez, 2007; Rodríguez y colaboradores, 2009). Pero estos no son los únicos hallazgos en esta zona, en el año 2021, mientras realizaban actividades agrícolas se descubrieron restos de mastodontes asociados a narigueras y objetos arqueológicos que fueron reportados en nuestra página de Facebook, desafortunadamente y aunque en un principio la persona que reportó el hallazgo estaba dispuesta a permitir una investigación para tomar muestras de uno de los molares para su datación, al final decidió no colaborar privándonos de información valiosa (com. Pers., 2021).
Del municipio de Bolívar, se menciona el hallazgo de “huesos de una mano” (prensa, 2018) y del municipio de Yotoco se reporta un molar trilofodonto en buen estado que conserva la raíz y que fue sacado del fondo del río Cauca por una arenera del sector (com. Pers., 2021).
Corría el año 1981 cuando en la Hacienda La Margarita en Guabas, municipio de Guacarí, mientras se excavaba un cementerio prehispánico, apareció en una de sus tumbas un fragmento fosilizado de defensa de mastodonte, asociado a granos calcinados de maíz, agujas en hueso, un fragmento de flauta travesera elaborada en hueso de venado y un collar con cuentas tubulares hechas con huesos de aves (Rodríguez, 2007). Más hallazgos se registran en la zona de Vijes (Mothè y colaboradores, 2022), río Zabaletas, municipio de Cerrito (prensa, 2018) y alrededores del municipio de Yumbo (Rodríguez, 2009), donde se registran muchos de los reportes, en su mayoría molares: San Marcos (com. Pers., 2013), Mulaló (Rodríguez, 2007; com. Pers. 2013), Paso La Torre (com. pers., 2014; 2020; prensa, 2022; Mothè y colaboradores, 2022), vereda Platanares (com. pers. 2016; Mothè y colaboradores, 2022), desembocadura del río Guachal (Rodríguez, 2007) y cementera Argos (com. pers., 2017).
Por su parte los primeros reportes en el municipio de Palmira se realizan en el año de 1971, durante los trabajos de remoción de tierra para la construcción del aeropuerto internacional Alfonso Bonilla Aragón, cuando accidentalmente, se hallaron varios fragmentos de costillas de mastodonte identificados por el profesor Héctor Gómez Lora como Notiomastodon = Stegomastodon, estos restos se encuentran actualmente en el Departamento de Biología de la Universidad del Valle (Rodríguez, 2007), más recientes son los restos de mastodonte encontrados junto a restos humanos y piezas de cerámica cuando se construía el estadio del Deportivo Cali (prensa, 2007) y los molares de Los Piles (Mothè y colaboradores, 2022); de Candelaria tenemos reportes en el corregimiento de Juanchito donde se describe un fragmento de defensa y un molar con fragmento mandibular (Pelegrin y colaboradores 2022; Mothè y colaboradores, 2022) y en Cali en el sector de Navarro (com. pers., 2013) y en Puerto Mallarino (Mothè y colaboradores, 2022).
Molar procedente de la zona de Yumbo. Cortesía Camilo Rengifo
Un intercambio de correos entre un servidor y Gheny Krigsfeld, quien por más de 30 años, ha coleccionado restos fósiles recuperados de las areneras del río Cauca, permitió que un equipo de investigadores encabezado por el Dr. Carlos Jaramillo del Instituto Smithsonian y la Dra. Dimila Mothè, especialista en proboscídeos fósiles suramericanos, del Departamento de Zoología de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, realizaran una investigación en el año 2017 en base a esta colección, los científicos adelantaron además trabajo de campo que permitió recuperar muchos otros restos en las zonas de Platanares, Paso La Torre y Los Piles, gracias al dragado de las areneras situadas a orillas del río Cauca. En total se analizaron 80 piezas fósiles que incluyen abundante material dental (colmillos fragmentados, premolares y molares) en varias fases de desgaste, ramas mandibulares y unos pocos elementos postcraneales fragmentados, como vértebras, costillas y huesos largos, material perteneciente a individuos juveniles y adultos de avanzada edad. Las defensas (colmillos) halladas son alargadas, ligeramente curvadas hacia arriba, con presencia de esmalte variable -aunque ausente en la mayoría de los especímenes- y sin torsión longitudinal, lo que sumado a que las sínfisis analizadas no presentan rastro de incisivos inferiores o de los alvéolos que los albergaban, hace que se descarte la presencia de Cuvieronius y que el material del Valle del Cauca estudiado por Pelegrin y colaboradores (2022) y Mothè y colaboradores (2022) sea asignado a Notiomastodon platensis (con excepción de un fragmento indeterminado de Yumbo). Con respecto a los molares cabe destacar que los M3 del Valle del Cauca tienen un mayor número de cúspides de lo esperado, lo que ha permitido ampliar el número de cúspides de Notiomastodon platensis pasando de 82 a un máximo de 92 (Mothè y colaboradores, 2022).
Vale la pena mencionar que de los mismos sitios donde se han recolectado los restos de Notiomastodon en el Valle del Cauca, se han recuperado otros mamíferos que incluyen: perezosos gigantes (5 especímenes), bóvidos (117 especímenes), équidos (35 especímenes), pecaríes (16 especímenes), un ciervo y una zarigüeya (con un ejemplar cada uno). Las características diagnósticas permiten determinar que los restos de perezoso gigantes pertenecen a la especie Eremotherium laurillardi, un mamífero común en los conjuntos faunísticos del Pleistoceno tardío mientras que otros taxones de este yacimiento podrían pertenecer a especímenes fósiles de especies que habitan en la región del Valle del Cauca en la actualidad como el pecarí, sin embargo, lo que parecía ser el primer registro de bóvidos en Suramérica, resultó ser material de época reciente pues las dataciones determinaron que se trataría de ganado introducido durante la colonia entre los siglos XV y XVII, de igual manera los restos de caballo recuperados del río Cauca podrían ser representantes actuales del género Equus (Mothè y colaboradores, 2022).
El estudio, en base a muestras de madera recuperada del conglomerado que contiene el material fósil bajo el cauce principal del río, determinó que la edad del depósito arrojó dos fechas: una entre los 42 198 – 40 841 años y otra entre 13 780 – 13 575 años, es decir Pleistoceno tardío, SALMA Lujanense. (Jaramillo y colaboradores, 2022).
Cráneo de mastodonte recuperado en los sedimentos del río Cauca, en cercanías de Yumbo (Valle del Cauca). Fotografía enviada por una persona anónima.
La cuenca alta del Patía, mastodontes en la meseta de Mercaderes y el Valle de Atriz
De las zonas cercanas al valle interandino del Patía, encontramos reportes de mastodontes en la meseta de Mercaderes, departamento del Cauca, que corresponden a fragmentos de defensas descubiertos en los años 90 (Rodríguez, 2005; Rodríguez y colaboradores, 2009) y un molar completo de color negro que, por su poco desgaste, parece pertenecer a un individuo juvenil, su aspecto exterior pulido y redondeado sugiere transporte fluvial, el molar se encuentra en las colecciones del Museo de Historia Natural de la Universidad del Cauca en Popayán (Gómez, 2006), por su parte en el Valle de Atríz, departamento de Nariño, el arqueólogo Cristóbal Gnecco halló en el año 2000 fragmentos de vértebras, costillas y fémur en la vereda El Remolino (Rodríguez, 2005; Rodríguez y colaboradores, 2009). Otros reportes en la zona son los de los municipios de Leiva y Policarpa (Rengifo, 2021).
Meseta de Mercaderes, Departamento del Cauca © F. Ayerbe-Quiñones
Mastodontes en el Macizo colombiano
De la zona del Macizo colombiano tenemos reportes en el departamento de Nariño en la vereda Yunguilla, municipio de Arboleda Berruecos, donde en el año 2009, mientras se realizaban excavaciones para la construcción de un polideportivo, se encontraron restos óseos y varios molares en buen estado de conservación (prensa, 2009). Por su parte en el municipio de Buesacó tenemos dos reportes, uno en el corregimiento de Santafé, donde en el año 2004, durante los trabajos de ampliación de una carretera, aparecieron varios restos que incluían parte del cráneo que aún conserva sus molares superiores y sus defensas, desafortunadamente parte del esqueleto del animal cayó por un barranco cuando se hacían las obras (Rodríguez y colaboradores, 2009; prensa, 2004); y el otro reporte corresponde a la vereda San Antonio de Padua, cuando en 2013 restos de mastodonte aparecieron mientras se realizaban excavaciones para colocar las redes de acueducto y alcantarillado en la zona, una comisión del SGC se desplazó a la región con la intención de estudiar dicho material que aún reposa en las colecciones del Museo José Royo y Gómez de Bogotá (prensa, 2013).
Cráneo de mastodonte hallado en 2004 en Buesacó, Nariño © Leonardo Castro – Archivo EL TIEMPO
Los mastodontes del alto Magdalena
El valle medio y alto del río Magdalena funcionó como un corredor árido, flanqueado por estribaciones húmedas de las cordilleras Oriental y Central, conectando la planicie costera con el Alto Magdalena (Hernández y colaboradores, 1992), lo que facilitó la dispersión de especies en los periodos más fríos de la última glaciación. Es probable que el valle medio del río Chicamocha también estuviera conectado con dicho corredor árido.
Del Magdalena medio antioqueño tenemos el hallazgo de molares en la zona de Yalí donde se reporta el hallazgo de molares procedentes de la Mina La Marmolera, en cercanías del río San Bartolomé (Valencia y colaboradores, 2016; Gómez, 2006; prensa, 2018), mientras a su paso por Cundinamarca, tenemos restos en Cambao donde se reporta el hallazgo de un molar que se encuentra expuesto en el Museo Paleontológico de Mariquita, y los conocidos yacimientos de Pubenza y zona aledaña a Tocaima que incluyen restos de mastodontes asociados a actividad humana (Van der Hammen & Correal, 2001; Correal & Van der Hammen, 2003). A su paso por el departamento del Tolima, el Valle del Magdalena nos deja reportes en cercanías de Ibagué: en 1929 en el barrio El Salado se reportó el hallazgo de molares de mastodonte (de Porta, 1961) así como restos óseos en la vereda Chucuní, (Rodríguez y colaboradores, 2009; Osorio y colaboradores 2008; prensa, 2003), y más al sur en la quebrada la Mata, cerca del municipio de Prado, se reportan molares y un colmillo de al menos un metro de longitud (Pérez, 1863). A su paso por el departamento del Huila, el valle del alto Magdalena nos deja abundantes localidades con restos de mastodontes especialmente en la zona del desierto de La Tatacoa (Henao, 1950; Villarroel y colaboradores, 1989; Rodríguez y colaboradores, 2009; Giraldo 2017; Vanegas com. pers., 2022) y en el municipio de Aipe (Van der Hammen, 1958), otros hallazgos situados al oeste y noroeste de esta zona son los de la vereda Zaragoza en el municipio de Colombia (prensa, 2015) donde se descubrió abundante material y Santana Huila (prensa, 2015) respectivamente. Subiendo el curso del Magdalena tenemos las menciones de los municipios de Gigante (v. Humboldt, 1801; Pérez, 1863) y Garzón (Pérez, 1863; Bürgl, 1956; Van der Hammen, 1958); otros hallazgos de mastodontes en el Huila serían los de la vereda San Andrés, en el municipio de La Plata (prensa, 2015) y los de la vereda Llano de la Virgen, en el municipio de Altamira (prensa, 2011;2015).
Molar de mastodonte en las colecciones del Museo de Historia Natural La Tatacoa. Cortesía Rubén D. Vanegas
Hernández y colaboradores (1992) plantean la existencia en el Huila de un refugio húmedo durante el Pleistoceno que probablemente se extendió por las laderas inferiores de las vertientes de las cordilleras Central y Oriental, circundando la zona semiárida y árida de sabanas y desierto que ocupó la planicie del valle del Magdalena desde la región de Neiva hacia el Norte del departamento.
Un mastodonte en la Orinoquía
En las colecciones del Museo de Historia Natural de París se encuentra un molar cuya etiqueta pone como lugar de procedencia el departamento de Casanare y se menciona como colector o a un tal Braulio Jimenez, desafortunadamente se desconoce la localidad exacta de procedencia, el año de colecta o cómo fue a parar el ejemplar a dicho Museo. El molar corresponde a un M3 tetralofodonto bien conservado que conserva la raíz y que presenta el típico desgaste oclusal de doble trébol, la pieza está catalogada como Mastodon andium.
Molar procedente del departamento del Casanare y donado a las colecciones del Museo de Historia Natural de París. Fotografías cortesía Carlos Jaramillo
Proboscídeos en el Amazonas
Un mastodonte en el Putumayo
Ya comentamos que durante los periodos secos de la última glaciación, grandes extensiones de nuestro territorio se convirtieron transitoriamente en zonas secas con vegetación predominantemente xerofítica, incluyendo la región de Urabá y el norte del Chocó, donde a pesar de ser en la actualidad una de las regiones más lluviosas del globo, hay evidencias de la existencia de un corredor árido que se extendió a lo largo de las costas del Pacífico, que iba desde Panamá hasta el norte de Ecuador, un corredor que habría sido usado por distintas especies para migrar hacia el sur en busca de condiciones más favorables, ¿es posible que además de gonfoterios entraran a Suramérica grupos de mamuts como parece demostrar los molares hallados en las selvas del Putumayo? A la espera de confirmación oficial lo que sí podemos confirmar es la presencia de gonfoterios en este departamento, que, recordemos, durante el Pleistoceno funcionó como refugio de bosque húmedo, en este caso se trata de una rama mandibular (der?) de aproximadamente 33 cm que conserva al menos tres molares y que fue sacada de las profundidades del río Caquetá en jurisdicción de La Tagua (com. Pers., 2021).
Por su parte Urbina & Peña (2016) mencionan el hallazgo de restos de mastodontes en la región del Araracuara, zona próxima también al río Caquetá, pero en el departamento homónimo, sin embargo parece ser que el reporte de la Tagua y el de Araracuara son el mismo pues el buzo que sacó los restos de la Tagua vivía en Araracuara, lo que puede haber creado confusión a la hora de designar el lugar exacto del hallazgo (com. Pers., 2021).
Presencia de Notiomastodon y Cuvieronius en Colombia
Réplicas en cerámica de Cuvieronius hyodon (izq.) & Notiomastodon platensis (der.), los dos proboscídeos que habitaron Suramérica durante el Cuaternario y cuya presencia está documentada en nuestro territorio. Créditos Andrés Chaparro
De las dos especies de proboscídeos registradas para Suramérica, ambas están registradas en Colombia, con una mayor abundancia de restos de Notiomastodon platensis que habitó los actuales departamentos del Valle del Cauca (Yumbo, Candelaria, Palmira y Cali (sin obviar los restos atribuidos a Stegomastodon = Notiomastodon de Toro), Bolívar (Turbaná), Cundinamarca (Pubenza, Mosquera, Tocancipá, Nemocón y Anolaima), Norte de Santander (Los Patios), Boyacá (Cocuy) y Nariño (Mothè y colaboradores, 2022; Zorro y colaboradores, 2022), además muchos de los restos que en el pasado se asignaron a Haplomastodon & Stegomastodon seguramente correspondan a Notiomastodon.
Como paso obligado en la migración de las especies de norte a sur durante el GIBA, es lógico que la presencia de Cuvieronius hyodon se confirmara tarde o temprano en nuestro territorio, y aunque existen menciones en la literatura sobre restos atribuidos a C. hyodon (de Porta, 1961; Correal, 1980; Bombín & Huertas, 1981; Gómez, 2006), se hace necesaria una revisión de dicho material para confirmar este hecho. De todas las referencias, las que más llaman la atención son unas defensas depositadas en las colecciones del Museo de La Salle (Giraldo, 2017) que presentan un grado de torsión característico de esta especie, dichos colmillos fueron asignados como pertenecientes a Cuvieronius Hyodon (de Porta, 1961; Bombín & Huertas, 1981), un hecho confirmado por el paleontólogo argentino José Luis Prado, autor de gran cantidad de artículos académicos sobre megafauna suramericana, especialmente proboscídeos y équidos, que después de estudiarlos, confirmó que se trataba de defensas de C. hyodon (Gómez, 2006; Zorro y colaboradores, 2022). Finalmente se confirma su presencia en base a un trabajo que aún está por publicarse y del que daremos cuenta cuando salga a la luz, veremos si se confirma en base a estos restos o a nuevo material (Mothè y colaboradores, 2022; Mothè, 2022; en prep.).
Fragmento de defensa en las colecciones del Museo de Historia Natural de La Salle en Bogotá e identificado como Cuvieronius hyodon. Obsérvese el sentido de la torsión, una característica de esta especie. Cortesía María T. Alberdi
Como hemos visto, los registros de proboscídeos en Colombia presentan un rango de distribución que va desde las tierras altas de los Andes a las zonas bajas de la costa Caribe, siendo la mayor parte de los registros de la región andina y aunque es posible que los mastodontes usaran las cordilleras como corredores migratorios, seguramente preferían las zonas más bajas como los valles interandinos o los alrededores de Bogotá (campo de gigantes) y Villa de Leyva, que posiblemente presentaban condiciones climáticas y ambientales más adecuadas para estos grandes mamíferos como lo demuestran las 14 localidades con restos de mastodontes por debajo de los 1 000 m s. n. m. Por encima de estas altitudes hay 9 localidades que están entre los 1 000 y los 2 000 m s. n. m., 4 están por encima de 2 000 m s. n. m. y sólo una por encima de los 4 000 m s. n. m. (Lagunillas, Cocuy departamento de Boyacá) (Mothè y colaboradores, 2022).
Si tenemos en cuenta la masa corporal, la forma del cuerpo y las conductas alimenticias generalista/oportunista similares a los de los elefantes modernos, es posible que Notiomastodon platensis tuviera necesidades y limitaciones ecológicas similares, tendiendo a evitar terrenos prominentes debido al mayor coste energético que supone, de ser así, las manadas de Notiomastodon podrían haber usado los valles interandinos, formados por bosque seco tropical y con fuentes de agua abundantes, como rutas migratorias ahorrando energía y evitando el riesgo de sufrir lesiones. Se deduce entonces que estos valles interandinos, especialmente el del río Cauca, funcionaron como un corredor seco que permitió la dispersión de manadas de Notiomastodon y Cuvieronius, por las montañas de los andes y los valles fluviales (ruta migratoria del «corredor andino»), gracias a que presentaban las condiciones ambientales y climáticas necesarias para que estos proboscídeos prosperaran durante el Pleistoceno tardío (Mothè y colaboradores, 2022).
Notiomastodon platensis expuesto en el Museo Geológico Nacional José Royo y Gómez de Bogotá. Créditos SGC
Tanto Notiomastodon como Cuvieronius se han hallado desde tierras bajas hasta tierras altas y desde las zonas costeras hasta las cordilleras andinas de Suramérica. N. platensis se ha registrado en todos los países excepto en Guayana, Guayana Francesa y Surinam; mientras que C. hyodon sólo se había registrado en Bolivia, Perú, Ecuador y más recientemente en Colombia (Mothé, 2022; en prep). En Centroamérica y el sur de México, Cuvieronius es dominante en las zonas abiertas y en los bosques tropicales, encontrándose tanto en las tierras bajas, donde era más común, como en las zonas altas (Mothè y colaboradores, 2022).
Como ya lo comentamos antes, durante el último máximo glacial, los niveles del mar se encontraban alrededor de 120 m por debajo del nivel actual y el territorio panameño presentaba una amplia zona de tierras emergidas que pudieron ser utilizadas por Notiomastodon y Cuvieronius como rutas de dispersión siguiendo la costa del Pacífico entre Panamá y Colombia, una prueba serían los molares de Cuvieronius encontrados en las islas de las Perlas, frente a las costas de Panamá, y que durante el máximo glacial hacían parte de esa franja de tierra firme (Morgan y colaboradores, 2015; Redwood, 2020).
Por ahora, no hay constancia de restos de Notiomastodon fuera de Suramérica y aunque algunos molares aislados procedentes de Panamá presentan similitudes con las características dentales de Notiomastodon, éstos no permiten confirmar su presencia fuera de Suramérica, en comparación, los restos de C. hyodon en Suramérica siguen siendo escasos (Mothè y colaboradores, 2022). Como ya lo comentamos en la entrada anterior, es necesario aumentar el conocimiento de los rasgos diagnósticos para hacer una correcta identificación de todo el material que existe, también se hace necesaria una revisión de material completo y diagnóstico en las colecciones de Centro y Suramérica que nos ayudará a comprender mejor la paleoecología, distribución geográfica y relaciones filogenéticas de los proboscídeos de Suramérica.
Mapa interactivo con los reportes de proboscídeos hallados en Colombia, Museos con colecciones y posibles rutas migratorias

Los últimos mastodontes y los primeros hombres, coexistiendo en el Paleoindio de Colombia
Por tratarse de un asunto más relacionado con la arqueología que con la paleontología no vamos a profundizar mucho en este tema, pero sí que es importante conocer cuál es la evidencia que existe entre la relación de los primeros habitantes de nuestro territorio y la megafauna de finales del Pleistoceno – principios del Holoceno y si realmente tuvieron un papel activo en la extinción de estas especies.
En Colombia contamos con varios sitios arqueológicos en los que la interacción de los primeros pobladores con la megafauna está demostrada. Uno de los primeros trabajos que menciona restos de megafauna asociada a restos humanos lo hizo Bürgl (1957) quién hace referencia al hallazgo, en una tumba en el municipio de Garzón, departamento del Huila, de fragmentos de xilópalo y restos óseos de perezosos gigantes y un molar de mastodonte, aunque los indicios apuntan a que la tumba es más reciente que los fósiles, y que estos quedaron dentro de la tumba de forma accidental (Bürgl, 1957; Correal y colaboradores, 2005).
Tibitó (Cundinamarca)
La primera evidencias clara de artefactos líticos, asociados a restos de especies extinguidas fue hallada en Tibitó, Municipio de Tocancipá, Cundinamarca, donde se descubrieron restos, algunos parcialmente calcinados, de venados, zorros, caballos y mastodontes incluyendo molares completos, fragmentos de costilla (con marcas de corte) y defensas parcialmente fragmentadas, algunos huesos presentan además fracturas longitudinales, hechas probablemente con el fin de extraer la médula y en un caso mostrando evidencia de fractura por arma punzante contundente, esto, sumado a la acumulación de piedras areniscas irregulares, nos indica que la zona fue un lugar de matanza hace 11 740 años durante el interestadial Guantiva (Correal, 1981).
Los análisis palinológicos indican que la vegetación estaba formada por alisos (Alnus), robles (Quercus), trompetos (Bocconia) y gramíneas, es decir el escenario ecológico estaba caracterizado por la presencia de bosques andinos con alternancia de praderas que proporcionaban las condiciones idóneas para que équidos, perezosos gigantes y proboscídeos prosperaran en este subpáramo, convirtiéndose en presas apetecidas por los primeros pobladores de nuestra altiplanicie, tal y como lo indica la abundancia de sus restos en esta zona arqueológica.
Durante este periodo la precipitación fue mayor ocasionando un aumento en el nivel de las aguas, la presencia de algas como Botryococcus nos indica que la zona fue propensa a las inundaciones durante la época en que se depositó la unidad estratigráfica durante la transición Pleistoceno tardío – Holoceno temprano (Correal, 1986).
Pubenza (Cundinamarca)
En el valle del Magdalena, las evidencias culturales más antiguas han sido halladas en la localidad de Pubenza, Cundinamarca donde se recuperaron artefactos líticos, muy cerca de donde se hallaron los mastodontes en 1972, la capa estratigráfica, fechada en 16 400 -y más recientemente en 16 800 años- contenía además restos de armadillos, tortugas, cangrejos, gasterópodos, gliptodontes, boas, ciervos, roedores, aves, restos de plantas y un excepcional y bien conservado nido de avispas (Van der Hammen & Correal, 2001; Correal y colaboradores, 2005; Alfonso y colaboradores, 2021) que nos muestran un rico ecosistema que ofrecía una gran variedad de recursos para los primeros pobladores de la región, sin embargo, esta posible interacción y asociación entre los instrumentos líticos y la megafauna ha sido puesta en duda, no por los artefactos en sí que efectivamente muestran señales de talla y uso, sino por su correlación estratigráfica con los restos de megafauna (Aceituno y Mora, 2012; Alfonso y colaboradores, 2021).
El yacimiento de Pubenza se encuentra en una antigua terraza al borde de una quebrada, cuyos sedimentos más antiguos indican la presencia de un ambiente pantanoso con aportes coluviales y de inundación que se formaron durante el Pleniglacial superior (Van der Hammen y Correal, 2001). Estos ambientes geomorfológicamente son muy dinámicos ya que se trata de zonas sedimentarias con gran aporte de materiales erosionados y arrastrados desde zonas más elevadas, debido a esto, la asociación estratigráfica genera dudas entre la relación de los restos de megafauna y las escasas piezas líticas asociadas (Aceituno y Mora, 2012). Además, algunas de las incisiones que presentan los huesos, podrían deberse a procesos tafonómicos, es decir al proceso que llevó a la fosilización del hueso, aunque también cabe la posibilidad que efectivamente hayan sido hechas por un raspador lítico, dejando abiertas todas las posibilidades (Alfonso y colaboradores, 2021), por lo tanto no se puede descartar que efectivamente el yacimiento presente interacciones entre los primeros pobladores de la zona con la megafauna que habitó la cuenca del río Bogotá durante el Pleistoceno tardío, esperemos que en un futuro no muy lejano, se realicen estudios arqueológicos y paleontológicos más detallados en este sitio que permitan aclarar las dudas planteadas.
Otros sitios cercanos a Pubenza donde se han hallado restos de megafauna son El Totumo, al suroeste del municipio de Tocaima donde se halló una alta densidad de restos de mastodonte y perezoso gigantes (Eremotherium sp.) junto a artefactos líticos y en el cerro Pan de Azúcar, al noroeste del mismo municipio donde se hallaron más restos de mastodonte y perezoso gigantes pero esta vez sin asociación cultural (Correal, 1993; prensa, 1993).
Las Piletas, Agualinda (Norte de Santander)
Ya comentamos que en la vereda Agualinda, en el municipio de los Patios, trabajos de campo a cargo de la Universidad Nacional sacaron a la luz restos de mastodonte junto a artefactos líticos, un indicio de la interacción entre cazadores y megafauna en la región; otra evidencia de que grupos humanos cazaban la fauna del entorno corresponde a una punta de proyectil hallada al borde de la quebrada Agualinda (Correal, 1993).
Toro (Valle del Cauca)
Pese a la gran cantidad de restos de mastodontes hallados en el Valle del Cauca, la única evidencia arqueológica que hay de interacción humana con megafauna es la punta de proyectil elaborada en marfil encontrada accidentalmente en el municipio de Toro, al norte del departamento, entre una serie de restos de un mastodonte hallado en los meandros del río Cauca cuando este bajo su nivel y dejó al descubierto sus huesos. Este instrumento de 8,5 cm de largo que presenta dos muescas laterales para encajarlo, una de ellas bastante pronunciada, en su cara anterior muestra huellas longitudinales producto del pulido al elaborarlo y representa el único artefacto de este tipo hecho en marfil asociado a restos de mastodonte hallado en Colombia, evidencia de que los antiguos pobladores de este territorio cazaban megafauna durante el Pleistoceno tardío – Holoceno temprano.
Molar de mastodonte de Toro (Valle del Cauca) y punta de proyectil asociada. Tomado de Rodríguez (2007)
Otra posible relación cultural con megafauna apareció en una tumba excavada en Guabas, municipio de Guacarí, donde se halló un fragmento fosilizado de defensa de mastodonte, asociado a granos calcinados de maíz, agujas en hueso, un fragmento de flauta travesera elaborada en hueso de venado y un collar con cuentas tubulares hechas con huesos de aves (Rodríguez, 2007).
En el año 2021, nos dieron a conocer el hallazgo de piezas arqueológicas junto a restos de mastodonte hallados mientras se adelantaban labores agrícolas en una finca en el término municipal de Zarzal, desafortunadamente a última hora, la persona que nos hizo el reporte decidió no colaborar en realizar una investigación sobre dicho material (com. Pers., 2021).
Representación elefantoide en San Agustín ¿recuerdos ancestrales?
En el conocido como “Alto de Lavapatas” en el parque arqueológico de San Agustín, al sur del departamento del Huila, se encuentra una figura tallada en piedra que ha llamado la atención de los investigadores durante décadas, la escultura que representa el “doble yo” que integra los aspectos masculino y femenino y establece una profunda sincronía entre el mundo de los muertos y la vida, consta en la parte inferior, de una figura masculina semidesnuda con máscara felina (¿jaguar?) que porta en su mano derecha una maza plana y alargada, un símbolo de “status” que podría representar a un chamán o a un guerrero, y que a su vez sostiene sobre su cabeza a otra figura antropomorfa un poco más pequeña (¿niño?) que lleva una máscara de aspecto elefantoide en la que son visibles la trompa que termina en “T” y los colmillos relativamente grandes y que se curvan hacia fuera, lo que nos hace plantearnos: ¿es posible que esta estatua represente los últimos mastodontes que habitaron nuestro territorio?, ¿o son recuerdos ancestrales que mediante la tradición cultural fue heredada de los anteriores habitantes de la región?, ¿O quizás simplemente se trate de alguna forma de representación de alguna deidad de estos antiguos pueblos?, recordemos que la zona se encuentra a menos de 100 km de los registros de mastodontes del alto Magdalena (Altamira, Garzón, Gigante y La Plata).
Los arqueólogos Luis Duque Gómez y Julio César Cubillos que excavaron la zona en 1974, le dan a la estatua una edad formativa inferior (900 A.C). Otros análisis de la zona arrojan fechas de 2 630 – 2 505 años y en el mismo lugar los autores encontraron vestigios de una ocupación anterior, la datación de un fogón arrojó fechas de 5 250 años (según la página del ICANH “En este sitio se excavó la evidencia más antigua de actividad humana en el Alto Magdalena, consistente en un fogón con tres piedras, fechado en 3280±120 a.C.”), fecha que se aproxima a la que asignan Correal & van der Hammen a unos restos de mastodonte y perezosos gigantes hallados en El Totumo, Tocaima (Cundinamarca), en el que uno de los huesos arrojó un resultado de 6 060 años ¿?, planteando la posibilidad de la supervivencia de la megafauna en el valle del Magdalena hasta hace entre 6 000 y 5 000 años, pudiendo incluso sobrevivir en épocas cercanas al comienzo de la propia cultura San Agustín hace ± 3 000 años (van der Hammen, 1981; Correal & van der Hammen, 2003; Mayorga, 1996; Rodríguez y colaboradores, 2009; Torres, 2022). Desconozco si estas dataciones han sido revisados en épocas recientes.
Escultura antropomorfa con máscara felina y elefantoide representando el «doble yo» en el Alto de Lavapatas, Parque Arqueológico de San Agustín y reconstrucción de la estatua mostrando un escudo en el lado que le falta a la original. Créditos Julián Bayona
El sitio arqueológico, ubicado a 1 750 m s. n. m. es la mayor elevación del parque y desde allí se tiene una vista panorámica de toda la región. En el sitio hay un montículo funerario en el que se hallan siete esculturas (incluyendo la que hemos mencionado) que a su vez está rodeado de numerosas tumbas de lajas pequeñas, lisas y planas que se cree corresponden a un cementerio infantil.
¿Mastodontes en las pinturas rupestres de La Lindosa?
Un polémico estudio publicado en 2020 (y otro en 2022) confirmaba el poblamiento temprano de la Amazonia colombiana desde hace al menos 12 600 años, es decir, al final de la edad de hielo durante el Pleistoceno tardío ya había grupos humanos en la zona de la Serranía La Lindosa, una cadena de formaciones rocosas ubicada en el departamento del Guaviare entre los ríos Guaviare e Inírida entre la Amazonia y la Orinoquía colombiana, que fue aprovechada durante varios siglos por los pueblos indígenas de la región como abrigo rocoso en el que dejaron plasmadas miles de representaciones rupestres: figuras humanas dedicadas a la caza, la danza y a las festividades, huellas de manos, plantas, diseños geométricos abstractos y una diversidad de animales; ¿y porqué polémico? Pues porque los autores del estudio especulan con que algunas de las pinturas representan megafauna de la edad de hielo: perezosos gigantes, camélidos (¿Paleolama?), caballos, un ungulado de cuello largo con tres dedos y probóscide (¿Xenorhinotherium o Macrauchenia?) y finalmente mastodontes (Morcote y colaboradores, 2020; Iriarte y colaboradores, 2022)…para no profundizar mucho en este tema decir que lo que se dató fue el contexto arqueológico que había alrededor de la serranía más no las pinturas en sí, pero ¿y qué hay de su interpretación?
Lo cierto es que “el hallazgo de pinturas rupestres de la edad de hielo en la amazonía colombiana” tuvo una gran repercusión mediática a nivel mundial gracias en parte a titulares sensacionalistas y a un documental del canal británico Channel 4 plagado de errores, para empezar no se trata de un hallazgo reciente, pues dichas representaciones ya eran conocidas y han sido investigadas desde hace décadas por científicos colombianos y extranjeros y no estarían representando Megafauna sino fauna actual de la región así como perros de guerra, vacunos y caballos introducidos por los primeros invasores europeos y que fueron advertidos por los indígenas de la zona en esos años de conquista (Urbina & Peña, 2016).
La imagen superior está ubicada en una sección de paredes pintadas en los flancos occidentales de La Lindosa; Iriarte y colaboradores (2022) reconocen en la pintura características afines con los gonfoterios que habitaron Suramérica durante el Cuaternario: cabeza más corta dorsoventralmente que anteroposteriormente, extremo superior de la cabeza redondeado y acentuado por una protuberancia semicurva que puede denotar orejas acampanadas y una probóscide que en el extremo distal parece bifurcado y que según los autores podría representar los «dedos» prensiles de la trompa, aunque los autores admiten que algunas características de la pintura podrían deberse a pigmento dañado y dejan abierto el debate a que futuras investigaciones aclaren si se trata efectivamente de la representación de un mastodonte… y ¿dónde están las defensas? Al final vemos lo que queremos ver, si queremos ver megafauna veremos megafauna, si queremos ver extraterrestres, veremos extraterrestres.
Los mismos autores reconocen que la mayoría de las pinturas no han sido fechadas directamente y, en el caso de las pocas que sí lo están, la datación es cuestionable. Así pues la controversia está servida y solo nuevos estudios en los que las pinturas sean datadas mediante técnicas modernas confirmaran si estas antiguas representaciones muestran animales de la edad de hielo o fauna moderna introducida por el hombre blanco cuando profanó el territorio sagrado del hombre jaguar.
Cerro Azul / Serranía de la Lindosa. Créditos Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible
Finalmente en los Andes septentrionales, a inicios del Tardiglaciar, el clima se volvió más húmedo y gradualmente más cálido, la vegetación xerofítica y la de páramo, que habían estado unidas, quedaron separadas por el bosque montano reduciendo el hábitat de los mastodontes en esa región, es posible que este cambio climático tan abrupto y extendido diera inicio al proceso de extinción de la megafauna que se aceleró tras la llegada y coexistencia con los primeros pobladores.
Esta investigación es una contribución al conocimiento de los proboscídeos extintos que habitaron Colombia durante el Cuaternario, que esperamos despierte el interés, no sólo de investigadores interesados en el tema, sino de la comunidad en general, sobre todo de aquellas personas que habitan cerca de estos yacimientos.
Documentales
Para complementar la entrada, les compartimos un par de documentales relacionados con los reportes de nuestro país así como una lista de reproducción de los videos publicados en nuestro canal de Youtube con los hallazgos de mastodontes en Colombia.
Si quieren saber más sobre el Campo de Gigantes de la Sabana de Bogotá y el arte rupestre de La Lindosa en el departamento del Guaviare, les recomiendo el canal de Diego Martínez Celis donde encontraran varios videos al respecto.
«Tres registros de Notiomastodon cf. platensis de tres localidades del suroccidente colombiano» (2021)
«Mastodontes y cazadores, una aproximación a las relaciones humanas con la megafauna en el Norte de Suramérica» (2021)
Las fotografías compartidas de la Web Flickr son propiedad intelectual de sus respectivos autores. Todos los derechos reservados ©
Aclaración:
Las citas (prensa, año) corresponden a referencias de periódicos nacionales, por lo que dicha información, puede contener datos erróneos; así mismo en las citas (com. pers., año) no se nombran las personas que han facilitado la información en cumplimiento a la ley de protección de datos, aun así, hemos creído oportuno compartir esta información con el fin de complementar la investigación publicada en esta entrada.
Agradecimientos:
Quiero dar las gracias al personal del Banco de Imágenes Ambientales (BIA) del Instituto Alexander von Humboldt por facilitar y autorizar la reproducción de la imágen del libro Hace Tiempo que sirve de portada a esta entrada; al personal de la Sociedad Colombiana de Ingenieros por facilitarme el acceso a las publicaciones de la revista Anales de ingeniería de 1913 y 1914 y a las personas que han autorizado la publicación de sus fotografías, especialmente a la Dra. María Teresa Alberdi y al Dr. Carlos Jaramillo por su amabilidad para con este servidor.
Todas las imágenes que acompañan esta entrada han sido realizadas por paleoilustradores colombianos a quienes agradezco su trabajo.
Te invitamos a conocer más del trabajo de los paleoilustradores cuyas imágenes acompañan esta entrada visitando sus páginas Web:
Alberto Fuentes https://www.deviantart.com/betorex
Andrés Chaparro https://chapichapart.com/
Eduardo Dimas
Jacobo Sabogal https://www.instagram.com/jacobosabogal
Jorge Moreno-Bernal https://www.deviantart.com/jwmorenob
Julián Bayona https://www.deviantart.com/zimices
Marie J. Giraud https://mariejoellegiraudlopez.wordpress.com/
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