Resumen:
Hace casi doce años escribí una modesta entrada sobre el caballo del pleistoceno de Colombia conocido entonces como E. lasallei y nada nuevo se ha escrito sobre el registro del género en nuestro país, la excepción son las menciones que hacen otros investigadores sobre el cráneo bien conservado de esta especie hallado en Mosquera por los hermanos lasallistas hace justo 100 años. Estudios recientes han determinado que en Suramérica sólo existió una especie de Equus en el Pleistoceno: E. neogeus, nombre correcto para referirse a nuestro E. lasallei. La mayoría de referencias bibliográficas de nuestro país son muy antiguas, los hallazgos ahí citados o han desaparecido o no están bien datados y carecen de un contexto bioestratigráfico claro por lo que la gran mayoría no pueden ser asignados con seguridad a caballos del Pleistoceno. En la presente entrada se recopilan todas las referencias disponibles con el fin de conocer la historia del estudio de los équidos en nuestro país, esperamos que esta contribución despierte el interés general en el estudio, no solo de los caballos del Pleistoceno , sino de la poco estudiada megafauna colombiana en general.
Tabla de contenido:
- Los caballos de la Sabana de Bogotá, primeras referencias [Ir a]
- Un gran caballo en el Pleistoceno de los Andes colombianos [Ir a]
- Equus lasallei, una nueva especie de caballo para Suramérica [Ir a]
- Caballos como fuente de alimento, la evidencia de Tibitó [Ir a]
- Reportes en otras partes del país [Ir a]
- ➢ Caballos en la costa Caribe [Ir a]
- ➢ El caballo de Quipile [Ir a]
- ➢ Los reportes del departamento de Antioquia [Ir a]
- ➢ Reportes en el departamento del Huila [Ir a]
- ➢ Prospecciones arqueológicas en el Relleno Sanitario Nuevo Mondoñedo, un patrimonio en peligro [Ir a]
- ➢ Équidos en las colecciones del Museo de La Salle [Ir a]
- ➢ Hallazgos en el río Cauca [Ir a]
- ¿Caballos extintos en pinturas rupestres de la selva amazónica? [Ir a]
- Paleoartistas [Ir a]
- Referencias [Ir a]
A pesar de que Colombia fue paso obligado para las manadas de caballos que se dispersarían por casi toda Suramérica durante el GIBA, lo cierto es que su registro en nuestro país es muy pobre, lo que sumado a que la fauna pleistocénica colombiana en general ha sido poco estudiada, hace que sea muy poco lo que sepamos de estos fascinantes animales en nuestro territorio. Los principales registros provienen de la Sabana de Bogotá aunque también se han hallado abundantes restos en los contextos arqueológicos de Tibitó en asociación con actividad humana así como dudosos reportes aislados en diferentes partes del país los cuales han sido atribuidos a diferentes especies del género Equus siguiendo la taxonomía tradicional (E. lasallei, E. andium, E. curvidens, etc.) por lo que tal y como vimos en la entrada anterior y siguiendo el planteamiento que sugiere la existencia de una única especie de Equus para Suramérica, estos reportes corresponderían a la especie E. neogeus (o E. caballus en el caso de hallazgos recientes). Para facilitar su lectura, en esta entrada mantendremos el nombre E. lasallei para referirnos al espécimen colombiano, de momento el género Hippidion no ha sido registrado en nuestro país aunque existen unos dientes clasificados como Onohippidium de los que hablaremos más adelante.
Los caballos de la Sabana de Bogotá, primeras referencias
Aunque seguramente hay registros anteriores, una de las primeras menciones de caballos fósiles en la Sabana de Bogotá aparece en la nota Paleontología de Colombia (Cortés, 1914) donde se menciona el hallazgo de megaterios, caballos y mastodontes en el “terciario” de los Andes de Bogotá.
En las Actas de la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales (Anónimo, 1927; de Porta, 1961) se menciona que el Hermano Apolinar María, catedrático y fundador del Museo del Instituto de La Salle, presentó los hallazgos de “varios dientes de Equus andium, Equus curvidens y Macrauchenia realizados en el occidente de la Sabana de Bogotá”.
Ese mismo año el geólogo alemán Otto Stutzer, quien formaría parte de la Comisión Científica Nacional, publica en la revista geológica alemana Neues Jahrbuch für Mineralogie, Geognosie, Geologie, und Petrefaktenkunde un artículo titulado Contribución a la geología de la Cordillera Oriental en la vecindad cercana y lejana de Bogotá donde se puede leer el siguiente párrafo relacionado con fósiles de mastodontes y caballos:
«Finalmente merecen mención los bien conservados restos de mastodontes que se hallan cubiertos de tales cenizas andesíticas, transformadas en arcillas. Los yacimientos con mastodontes se hallan, por ejemplo, cerca de Mosquera en los nichos de los lomajes cuya salida se obstruyó y donde se acumuló un sedimento lodoso, formado de agua y ceniza volcánica. En este sedimento, semejante a arena flotante, se hundían los enormes animales. Al lado de los mastodontes se hallan algunos restos de caballos y de otras especies de mamíferos. La tragedia de los mastodontes tuvo lugar hacia el final del tiempo diluvial».
La traducción del texto al español la realizó el ingeniero Ernst A. Scheibe también miembro de la Comisión Científica Nacional. Dicho texto se incluiría posteriormente en la Compilación de los Estudios Geológicos de Colombia 1934 (tomo II).
Un gran caballo en el Pleistoceno de los Andes colombianos
Cráneo de Equus lasallei = (E. neogeus) tal y como aparece en la publicación de Cuervo-Márquez (1927). Créditos Diego Martínez Celis
En 1923, en una de las expediciones de los hermanos lasallistas a Cerro Gordo, en la localidad de Mosquera, departamento de Cundinamarca, el hermano Ariste Joseph (Maurice Rollot) descubrió el cráneo casi completo de un caballo de gran tamaño que habitó la sabana de Bogotá durante el Pleistoceno y que sería descrito como Equus lasallei por el también Hermano lasallista Daniel (Julián González Patiño) en 1948.
La primera aproximación a la fisionomía y paleoecología de este hallazgo la encontramos en la obra Las conmociones geológicas de la época cuaternaria en la Sabana de Bogotá y sus alrededores (Cuervo, 1927):
“El cráneo del caballo cuaternario encontrado en Bosa es el único que hasta ahora se tiene completo y en perfecto estado de conservación. Debió pertenecer a un caballo de cabeza muy desarrollada; robusto, pesado, con los miembros delanteros más altos que los posteriores, como hecho para trepar empinadas cuestas. Era, pues, un caballo de montaña. El cuello, corto y delgado, no guardaba proporción con la enorme cabeza. Tenía la mandíbula inferior muy prominente y el arco zigomático muy desarrollado. El ojo muy grande y saltado, le daba extraño aspecto de fiereza. Tiene además otros caracteres que lo diferencian mucho del caballo actual; por ejemplo: el hueso nasal no está soldado sino hasta el cuarto molar. Los incisivos son romos y muy grandes, lo mismo que los molares. Parece pues una nueva especie de equídeo. Por los incisivos de la mandíbula inferior se conoce que era un macho de edad avanzada cuando lo sorprendió la muerte, causada quizás por una fractura que se observa en la parte posterior del cráneo. Si ello fuere así, ¿cuál pudo ser el accidente que produjo la mortal herida? ¿Fue acaso debido a una violenta caída en los escarpados montes de las tierras altas?, en cuyo caso, el cadáver fue arrastrado por las aguas hasta el sitio en donde se encontró. O pudo ser también que sorprendido por la inundación que formó esos aluviones, recibiera violento golpe contra las rocas que arrastraba la corriente?
Se suponía que no lejos del lugar en donde estaba el cráneo se hallarían los restos del esqueleto, y efectivamente, continuando los trabajos de excavación con un grupo de alumnos del Colegio de La Salle, se tuvo la fortuna de encontrar, como a dos metros de distancia, las vértebras cervicales y dorsales y algunas costillas del equideo…. Si, como parece, es esta una nueva especie del caballo cuaternario, debiera designarse con el nombre de “Equus aristei”, como justo homenaje al sabio que ha hecho el estudio de estos yacimientos fosilíferos. Dos metros y medio adelante de donde estaban las vértebras y las costillas de este equídeo, se encontraron varios dientes sueltos, pertenecientes a dos variedades del caballo fósil: unos son de E. Curvidens, del cual hay un molar en el Museo de París, y otros de una especie, que parece nueva, del caballo cuaternario. Los descubrimientos paleontológicos hechos por el Hermano Ariste en la sabana de Bogotá son de la más grande importancia; ellos han puesto de relieve la riquísima fauna que, compuesta de gigantescos proboscidios, de caballos de diferentes especies y de otros mamíferos, vivió en nuestra altiplanicie en épocas remotas”.
Vértebras y costillas de Equus hallados a dos metros de donde se recuperó el cráneo de E. lasallei = (E. neogeus) en Mosquera, Cundinamarca. Tomado de Cuervo (1927)
Una descripción detallada del cráneo (De Mier Restrepo, 1930) muestra un animal de gran tamaño «cuyo cráneo es más del doble de grande que el de un caballo actual», su tamaño sumado a la presencia de caninos (las yeguas no suelen tener) indica que se trata de un macho que murió a una avanzada edad pues los incisivos muestran un desgaste considerable. El autor menciona que no es posible calcular el tamaño del animal debido a la ausencia de restos postcraneales a pesar de que en 1927 sí se menciona el hallazgo a sólo dos metros de donde se halló el cráneo, de restos de vértebras cervicales, dorsales y algunas costillas, salvo que posteriormente se confirmara que estos restos no eran de équido, desafortunadamente no hay nada publicado al respecto.
La robusta estructura del cráneo sugiere la presencia de una musculatura excepcionalmente fuerte y sólida. El estudio describe las diferencias en la estructura del cráneo como la forma de los maxilares, la disposición de los molares y remarca que el hueso intermaxilar es mucho más angosto comparado con los caballos actuales por lo que este individuo tendría un hocico alargado y añade -el autor- “… parece que corrobora a afirmar la hipótesis que en los equinos existió una especie de trompa similar a la de los tapires”, curiosamente, como lo vimos en la entrada anterior, la otra especie de caballo que habitó Suramérica, Hippidion, probablemente tenía un labio superior desarrollado con función prensil para ramonear la vegetación de la que se alimentaba.
Equus lasallei = (E. neogeus) en las colecciones del Museo de La Salle en Bogotá. Créditos Diego Martínez celis
Botero-Arango (1937) menciona los hallazgos de la Sabana de Bogotá y Cuervo-Márquez (1938) en su artículo Especies extinguidas: hallazgos fósiles en la Sabana de Bogotá hace una breve descripción del cráneo muy similar a la realizada por Cuervo (1927):
“El mayor número de estudios que se han hecho del caballo fósil ha tenido por base el sistema dentario, pues pocas veces se ha encontrado; salvo en Tarija (Bolivia), un cráneo entero, como el que se ha hallado en las inmediaciones de Bogotá, desgraciadamente en no perfecto estado de conservación (…).
De la misma manera que los depósitos fosilíferos de mastodonte y vecinos a ellos, fueron hallados los de Caballo en las colinas de «Balsillas». Constan estos del cráneo, algunos dientes y restos de costillas. El General Carlos Cuervo Márquez, que examinó dicho cráneo, dice de él:
“Debió pertenecer a un caballo de cabeza muy desarrollada, pesado, con los miembros delanteros más altos que los posteriores, como hechos para trepar empinadas cuestas. Era, pues, un caballo de montaña.
El cuello corto y delgado no guardaba proporción con la enorme cabeza. Tenía la mandíbula inferior muy pronunciada y el arco cigomático muy desarrollado. Tiene, además, otros caracteres que lo diferencian del caballo actual. Por ejemplo, el hueso nasal no está soldado sino hasta el cuarto molar. Los incisivos son romos y muy grandes, lo mismo que los molares».
A estos caracteres se puede agregar la espesura y extensión del ángulo del maxilar como puede verse en las figuras (…), en la que se tomó la rama por el borde posterior. La dentadura inferior está completa. El marfil está gastado lo que indica una edad superior a 15 años; las circunvoluciones de la superficie están claramente designadas y en ellas se ven distintamente las “T” o lazo de corbatas características; la fórmula dentaria es la normal de 44 dientes en el Caballo actual; está provisto de caninos, propios del macho (…).
La figura (…) es la de un diente superior, que encontré entre los de Mastodonte, en uno de los depósitos de fósiles. Por sus las circunvoluciones es muy semejante, así como el de la figura (…), al Equus del Pleistoceno francés; pero por su forma encorvada pertenece al Equus curvidens del Plioceno”.
Ilustración que muestra las partes reconstruidas del cráneo de Equus lasallei. Créditos Julián Bayona
En la publicación El caballo americano (Daniel, 1941) el autor destaca la características únicas del cráneo hallado en Cerrogordo y repasa la descripción hecha por De Mier Restrepo (1930), coincidiendo con este en que el ángulo formado por los extremos de los huesos nasales y los maxilares superiores es similar a la separación observada en las dantas de los páramos sugiriendo que tanto la zona nasal como los labios superiores formaban una “trompa prensil”.
En la publicación se menciona que: “El ejemplar en cuestión, relativamente conservado y debidamente restaurado, se halla en el Museo del Instituto de la Salle”, algo que explica porqué en las primeras fotografías el cráneo se veía tan diferente (ausencia del hueso nasal y de parte del incisivo y del maxilar superior). En la publicación también se menciona el hallazgos de molares de E. curvidens en la Sabana de Bogotá.
Equus lasallei, una nueva especie de caballo para Suramérica
25 años después de su descubrimiento, el cráneo hallado en Cerrogordo recibía nombre oficial: Equus lasallei, una nueva especie de caballo para el Pleistoceno de Suramérica y con un epíteto que homenajeaba a la institución a la que pertenecían, no solo sus descubridores y custodios, sino también el hermano Daniel quien, además de publicar artículos previos destacando la importancia de este hallazgo describiría oficialmente al animal en 1948 en base a la descripción hecha por De Mier (1930), curiosamente la foto con la que el autor acompaña la publicación muestra el cráneo tal y como podemos apreciarlo hoy pero se lamenta que «esté reducido a cenizas» por los trágicos acontecimientos del 9 de abril de ese año durante el Bogotazo, cuando el Museo de La Salle fue incendiado, afortunadamente el cráneo de E. lasallei no sufrió daño y pudo ser recuperado (de Porta, 1960). El autor certifica además, la presencia de E. andium y E. curvidens en la Sabana de Bogotá (Daniel, 1944; 1948).
En 1944 el reputado paleontólogo estadounidense Ruben A. Stirton de la Universidad de California junto al geólogo español José Royo y Gómez, primer director del entonces Museo Geológico Nacional, dan inicio a los trabajos de la Comisión de vertebrados, un proyecto en el que ambas entidades realizan una colaboración conjunta con el fin de estudiar la paleontología y la geología de varias regiones de Colombia, incluyendo el yacimiento del Mioceno medio de La Venta, en el departamento del Huila. Dicha comisión también colecta varios restos de mastodontes, caballos y perezosos en el Cañón de las Cátedras en Mosquera (Cundinamarca) muchos de los cuales van a parar a las colecciones del Museo de la Universidad de California (UCMP) donde se encuentran actualmente junto a muchos de los hallazgos realizados en el desierto de La Tatacoa. En base a esas investigaciones, Stirton (1953) publica las características geológicas de la zona en la que se han hallado los fósiles que componen lo que se da a conocer como “Fauna de las Cátedras” que prosperó en el Pleistoceno tardío.
En 1960, el paleontólogo catalán Jaume de Porta i Vernet realiza una revisión detallada del cráneo de E. lasallei asignándolo al subgénero Amerhippus creado por Hoffstetter (1952) destacando el cráneo alto y alargado de la especie, un estrechamiento del rostro que hace que se asemeje a Equus (A) curvidens y a la cebra de Grévy. Confirma que se trata de un individuo de edad avanzada y basándose en los estudios geológicos sugiere que puede corresponder al tercer interglaciar. De Porta destaca la detallada revisión de De Mier Restrepo (1930) pues define los rasgos más característicos de esta especie aunque algunas apreciaciones, como que el cráneo era el doble de grande que el de un caballo actual, son exageradas. Sobre la posible “trompa prensil” (Daniel, 1941) indica que esta observación no es precisa porque la extremidad anterior de los huesos nasales está completamente reconstruida.
No confirma la presencia de Equus (A.) curvidens y E. (A.) andium en nuestro territorio debido a la imposibilidad de estudiar el material que se calcinó en el incendio del Museo de La Salle y considera que Equus (A.) curvidens debe ser excluido “definitivamente de las listas faunísticas de la región de Bogotá debido a su hábitat meridional en zonas templadas y bajas” y asigna esos restos como Equus sp. (1961). Trabajos posteriores se centraron en estudiar la estratigrafía de la Sabana de Bogotá, su correlación con el Pleistoceno de otras zonas del país (de Porta, 1961) y en determinar la edad de esos de depósitos (Van der Hammen, 1965).
Caballos como fuente de alimento, la evidencia de Tibitó
Se han hallado vestigios culturales de procedencia paleoindígena y restos de megafauna en la Sabana de Bogotá, en Tibitó, municipio de Tocancipá, se han hallado concentraciones de restos óseos de caballos del género Equus, de mastodontes y en menor escala de venados y zorros, junto a aproximadamente 156 artefactos líticos (Correal, 1981) que incluyen lascas cortantes, cuchillos raspadores y punzones hechos en hueso y astas de venado con evidente signos de uso, que evidencian actividades de tasajeo, limpieza, descuartizamiento y cocción pues se hallaron signos de calcinación y carbón. Entre los restos de équidos recuperados en este yacimiento se encuentran restos postcraneales que consisten en:
- Esqueleto axial: hasta 17 vértebras (cervicales, dorsales y lumbares), omóplato (con posible fractura por impacto), costillas (hasta 64 fragmentos) y huesos coxales (19 restos) que indican la presencia de al menos 8 individuos, algunos con signos de calcinación.
- Esqueleto apendicular: húmeros (cóndilos), huesos tibiales, un metacarpiano al parecer de un individuo juvenil y dos metatarsianos.
Mientras que los restos craneales consisten en abundantes piezas dentarias (molares, premolares, incisivos) fragmentos mandibulares y cóndilos craneales que fueron comparados con el cráneo de Equus lasallei estableciendo correlaciones entre ellos permitiendo asignar todo este material tentativamente a E. lasallei (Correal, 1981).
«La acumulación selectiva de huesos de mastodontes, caballos y venados, sumados a la calcinación de los restos, sugiere que este sitio era una estación de matanza con algún carácter ritual».
Las evidencias palinológicas revelan que hubo un descenso de la temperatura y muestran la presencia de una zona de subpáramo, un escenario que concuerda con estudios anteriores realizados en la Sabana de Bogotá, lo que sitúa este yacimiento en el período estadial de El Abra, pruebas de carbono 14 han arrojado una antigüedad de 11 740 años aproximadamente (Correal, 1981; 1982; 1986; 1990; 1993; 2005).
(A) Dientes superiores de Equus lasallei comparados con los molares hallados en Tibitó (B1 y B2). Modificado de Correal (1981)
Reportes en otras partes del país
En este apartado vamos a recopilar algunos de los reportes conocidos, especialmente molares, atribuidos a équidos fósiles, la mayoría no han sido estudiados por lo que nos sabemos si estos restos corresponden a caballos extintos o actuales así que nos referiremos a ellos como Equus sp.
Algunos de los primeros reportes de nuestro país aparecen en las Actas de la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales donde se hace referencia al hallazgo de: “dos molares de Equus curvidens” en una cueva en cercanías de Pasto y en las quebradas de Guatavita (Anónimo, 1920; de Porta 1961). Del departamento de Nariño tenemos otro reporte en Buesacó, cuando se descubrieron restos de un «mastodonte» y aparecieron molares de caballos, desafortunadamente nada se ha publicado al respecto (Fotografía inferior).
En algunas fotografías de las exhibiciones del Museo de Agualinda, en Los Patios, Norte de Santander se aprecian lo que parecen ser molares de caballos aunque no he podido comprobarlo. Tampoco dice nada al respecto el informe de caracterización, de dicho Museo, que realizó el SGC en 2021.
Molares expuestos en el Museo Paleontológico de Agualinda – Sady Molina, Los Patios, Norte de Santander
Caballos en la costa Caribe
En la costa Caribe existen abundantes depósitos de megafauna del Cuaternario evidenciados por numerosos descubrimientos de mastodontes. Aunque los informes sobre caballos son limitados, con toda seguridad manadas de estos animales deambularan por la región.
Hallazgos de megafauna que incluye caballos, mastodontes, perezosos, tortugas y madera petrificada se han hallado en cercanías de Rotinet, departamento del Atlántico (Angulo, 1988). En las colecciones del Museo de Paleontología de la Universidad de California hay un molar (UCMP-38351) recolectado por Ruben Stirton en 1944 en el departamento del Magdalena, en la carretera que lleva a Ríohacha, otro reporte del sur del Magdalena está siendo estudiado por la UNINORTE (com. pers., 2023).
También he tenido noticias de restos de caballos hallados en Puerto Colombia departamento del Atlántico (com. pers., 2023) que se encuentran en manos privadas. Una mención muy interesante de restos de caballos apareció publicada por el periódico El Tiempo el 27 de noviembre de 2021 en la que un grupo de investigadores la Universidad del Atlántico informa que están estudiando restos de un caballo de más de 12 000 años de antigüedad que al parecer tiene incisiones causadas por punta de proyectil, de ser correcta la datación que es muy similar a la arrojada en Tibitó, grupos de cazadores se habían establecido en la región a finales del Último Máximo Glacial (LGM).
El caballo de Quipile
En 1956 se reporta el hallazgo de restos de megafauna en cercanías de la quebrada la Laja, en el municipio de Quipile, Cundinamarca, una comisión del entonces Instituto Geológico Nacional encabezada por el geólogo austriaco Hans Bürgl, Jefe de la Sección de Paleontología del Servicio Geológico Nacional desde 1951, se desplazó a la zona certificando que los restos correspondían a un perezoso gigante, así mismo fueron informados que en años anteriores pobladores de la zona habían recuperado otros restos entre los que se hallaban dos dientes (P4 y M1 derechos) que fueron asignados a la especie Equus curvidens.
De porta (1962) revisa estas piezas y determina que son de un caballo actual, no observa signos de fosilización en ellas y la superficie oclusal, entre otros caracteres, se corresponde con la de E. caballus e insiste en que E. curvidens no formó parte de la fauna pleistocénica de Colombia.
Molares hallados en Quipile (Cundinamarca). Modificado de Bürgl (1957)
Los reportes del departamento de Antioquia
Las primeras referencias sobre hallazgos en esta región (y las más antiguos que he encontrado para el país) aparecen publicadas en el libro Reseña Geología de Antioquia (Gómez, 1911) y corresponden a restos asignados a Equus andium hallados en el valle de Medellín, el mismo autor menciona haber recolectado dientes de la mima especie en el valle del arroyo de San Mateo (donde también se han reportado hallazgos de mastodontes) y en riachuelos menores de Fredonia, Angelópolis y Titiribí.
También en Antioquia se reporta el hallazgo de un molar de caballo Equus sp. en la vereda Hojas Anchas, Municipio de San Vicente (Valencia y colaboradores, 2016).
Reportes en el departamento del Huila
En las colecciones del Museo de Paleontología de la Universidad de California (UCMP) hay tres molares de Equus sp. procedentes del desierto de La Tatacoa, uno fue colectado por José Royo en 1945 y los otros dos por Donald E. Savage en 1950 durante las expediciones de la Comisión de vertebrados que comentamos anteriormente, estos molares junto a otro hallado en la misma zona y que está en las colecciones del Museo Geológico José Royo de Bogotá (ING 184268), hicieron parte junto a más de 100 dientes, de un estudio que utilizó los valores isotópicos de carbono de su esmalte dental para conocer la distribución de las gramíneas C3/C4 durante el Pleistoceno (Madden y colaboradores, 1999; Prado y colaboradores, 2011).
Prospecciones arqueológicas en el Relleno Sanitario Nuevo Mondoñedo, un patrimonio en peligro
En 2006 mientras se realizaban trabajos de arqueología preventiva durante la construcción del Relleno Sanitario Nuevo Mondoñedo localizado en la vereda El Fute, municipio de Bojacá (Cundinamarca), se descubrieron varios restos óseos a una profundidad de entre 2 y 2.5 m que correspondían a diferentes fragmentos (molares, metatarsianos, escápula, ulna, vértebra cervical y metápodo) pertenecientes a Equus sp. y otro material que incluía una cabeza de fémur probablemente de mastodonte o megaterio junto a fragmentos óseos más pequeños posiblemente de venado (Rodríguez y colaboradores, 2008).
Fragmentos de metatarsianos de Equus sp. recuperados durante la construcción del Relleno Sanitario Nuevo Mondoñedo. Tomado de Rodríguez y colaboradores (2008)
Antes de continuar considero que es importante advertir que “el campo de gigantes” como ha sido conocida esta zona desde tiempos ancestrales por la abundancia de restos óseos que esconde bajo sus arcillas, corre serio peligro de desaparecer, de allí han salido piezas de valor incalculable que fueron colectadas por personajes ilustres como Alexander v. Humboldt, los hermanos lasallistas o los paleontólogos José Royo y Ruben Stirton por citar algunos, esta zona que en otro país hubiera sido declarada como patrimonio cultural desde hace muchos años, ha caído en el olvido sistemático de instituciones y de la administración pública; la minería que depreda sistemáticamente y sin control estos terrenos y los rellenos sanitarios que han convertido la zona en un gigantesco vertedero son amenazas reales que ponen en peligro un patrimonio que nos pertenece a todos.
Équidos en las colecciones del Museo de La Salle
En el Catálogo paleontológico de vertebrados del Museo de la Salle (Giraldo, 2017) aparecen varias piezas dentarias (algunas de las cuales han perdido secciones del esmalte) catalogadas como Equus (sp.), la mayoría provenientes del área de Mosquera y Soacha y recolectadas entre 1923 y 1924 cuando los hermanos Nicéforo María y Maurice Rollot realizaron las prospecciones en la zona. En esta colección hay una pieza procedente del cerro de Payande (Pacandé ¿?), departamento del Tolima colectado en 1924 y la que más me ha llamado la atención, dos dientes de un ejemplar juvenil etiquetados como Onohippidium = (Hippidion) procedentes de Mosquera y también colectado en 1924; en la entrada anterior vimos que en Suramérica existieron dos géneros de caballos en el Pleistoceno: Equus y Hippidion, el género Onohippidium es considerado un sinónimo menor de Hippidion del que no tenemos registros en nuestro país, salvo esta dudosa mención.
Molares de Onohippidium ¿? = (Hippidion) juvenil en las colecciones del Museo de La Salle
Hallazgos en el río Cauca
En 2017 se llevó a cabo una investigación paleontológica en el río Cauca que permitió rescatar numerosos fragmentos óseos pertenecientes a mastodontes, perezosos gigantes, bóvidos, caballos, pecaríes, zorros, tortugas, aves, ciervos y restos de árboles. Desafortunadamente las dataciones por carbono 14 determinaron que los restos de bóvidos y caballos eran recientes, siglos XV a XVII y siglo XX respectivamente (Mothè y colaboradores, 2022), que se habían mezclado con los sedimentos pleistocénicos del rio durante la extracción.
Mapa con los reportes de caballos (fósiles y actuales) comentados en esta entrada
¿Caballos extintos en pinturas rupestres de la selva amazónica?
Un polémico estudio publicado en 2020 (y otro en 2022) confirmaba el poblamiento temprano de la Amazonia colombiana desde hace al menos 12 600 años, es decir, al final de la edad de hielo durante el Pleistoceno tardío ya había grupos humanos en la zona de la Serranía La Lindosa, una cadena de formaciones rocosas ubicada en el departamento del Guaviare entre los ríos Guaviare e Inírida entre la Amazonia y la Orinoquía colombiana, que fue aprovechada durante varios siglos por los pueblos indígenas de la región como abrigo rocoso en el que dejaron plasmadas miles de representaciones rupestres: figuras humanas dedicadas a la caza, la danza y a las festividades, huellas de manos, plantas, diseños geométricos abstractos y una diversidad de animales; ¿y porqué polémico? Pues porque los autores del estudio especulan con que algunas de las pinturas representan megafauna de la edad de hielo: mastodontes, perezosos gigantes, camélidos (¿Paleolama?), , un ungulado de cuello largo con tres dedos y probóscide (¿Xenorhinotherium o Macrauchenia?) y caballos (Morcote y colaboradores, 2020; Iriarte y colaboradores, 2022)…para no profundizar mucho en este tema que será tratado en una próxima entrada, decir que lo que se dató fue el contexto arqueológico que había alrededor de la serranía más no las pinturas en sí, pero ¿y qué hay de su interpretación?
Lo cierto es que “el hallazgo de pinturas rupestres de la edad de hielo en la amazonía colombiana” tuvo una gran repercusión mediática a nivel mundial gracias en parte a titulares sensacionalistas y a un documental del canal británico Channel 4 plagado de errores, para empezar no se trata de un hallazgo reciente, pues dichas representaciones ya eran conocidas y han sido investigadas desde hace décadas por científicos colombianos y extranjeros y no estarían representando Megafauna sino fauna actual de la región así como perros de guerra, vacunos y caballos introducidos por los primeros invasores europeos y que fueron advertidos por los indígenas de la zona en esos años de conquista (Urbina & Peña, 2016).
Caballo en las pinturas de La Lindosa y recreación artística. Modificado de iriarte y colaboradores (2022)
Finalmente estos magníficos animales desaparecieron junto a otros componentes de la megafauna suramericana durante la transición Pleistoceno tardío – Holoceno temprano debido a diversos factores como los cambios ecológicos ocurridos en esa época que causaron un incremento de los bosques y reducción de las áreas de praderas sumados al impacto de la actividad humana.
Cráneo de Equus lasallei mediante fotogrametría
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Agradecimientos:
Quiero dar las gracias a Diego Martínez Celis por autorizarme a utilizar las imágenes del cráneo de E. neogeus = (E. lasallei) de su colección personal.
Te invitamos a conocer más del trabajo de los paleoilustradores cuyas imágenes acompañan esta entrada visitando sus páginas Web:
Andrés Chaparro https://chapichapart.com/
Julián Bayona https://www.deviantart.com/zimices
Maija Karala https://www.deviantart.com/eurwentala/
Referencias:
Angulo Valdés, C. (1988). Guájaro en la arqueología del Norte de Colombia (Vol. 40).
Botero, G. (1937). Bosquejo de Paleología colombiana (2ª ed.). Anales de la Escuela Nacional de Minas.
Bürgl, H. (1957). Bioestratigrafía de la Sabana de Bogotá y sus alrededores. Boletín Geológico, 5(2), 113-185.
Bürgl, H., & restrepo, A. (1956). Restos de Megatherium y otros fósiles de Quipile.
Correal, G. (1981a). Evidencias culturales asociadas a megafauna durante el Pleistoceno tardío de Colombia. Revista CIAF, 6(1-3), 119-176.
Correal, G. (1981b). Evidencias culturales asociadas a Megafauna durante el pleistoceno tardío en Colombia (1ª ed.). Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales.
Correal, G. (1982). Restos de megafauna asociados a artefactos en la Sabana de Bogotá. Caldasia, 487-547.
Correal, G. (1986). Apuntes sobre el medio ambiente pleistocénico y el hombre prehistórico en Colombia. New Evidence for the Pleistocene Peopling of the Americas, 115-131.
Correal, G. (1990). Evidencias culturales durante el Pleistoceno y Holoceno de Colombia. Revista de Arqueología Americana, 1, 69-89.
Correal, G. (1993). Nuevas evidencias culturales pleistocénicas y megafauna en Colombia. Boletín de arqueología(8), 3-12.
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